Todo cristiano tiene que percibir en el evangelio la propia realización, el sentido de su vida. Y lo ha de percibir de tal manera que lo considere como algo absoluto e irrenunciable. La vida entera se tornaría vacía sin su presencia. Y por esto precisamente ha de estar dispuesto a renunciar a todo con tal de salvaguardar el seguimiento de Jesús y su opción por el reino.
El monje que es un cristiano para el que Jesús ha llegado a ser el centro de su existencia. Su vida está polarizada por el evangelio. Pero en su lectura del evangelio intuye ciertos textos que tienen para él una resonancia especial, que le invitan de manera personal, a realizarlo existencialmente en un proyecto de vida que en cierto modo institucionaliza la radicalidad en toda ocasión.
El anhelo de participar en la riqueza del evangelio, le hace renunciar a todo lo demás en su proyecto de vida, consciente de haber encontrado un tesoro.
En la radicalidad de esta renuncia el monje percibe, no una llamada a observar un comportamiento destructivo, sino una llamada a realizar aquello que percibe como la propia realización de su vida.
Ya no dispone de si. Y si no dispone de sí, es porque quiere vivir su existencia como disponibilidad absoluta al evangelio.
Seguir a Jesús es tarea de todo cristiano, y lo ha sido siempre desde el comienzo. Pero no obstante en el evangelio vemos varios modos de seguir a Jesús en la época pre-pascual. Unas personas siguen a Jesús entregadas plenamente la causa del reino, pero con una existencia “anormal”, como Marta, Maria, Lázaro, Nicodemo. Otras personas le siguen pero con la llamada al seguimiento. Reciben la interpelación a dejarlo todo de hecho, como condición previa. Los que responde a este llamamiento forman un grupo difícil de definir, y que llamamos “círculo apostólico” En Mac. 3,14 dice que Jesús los eligió para estar con él.
Después de la Pascua ya no se puede seguir a Jesús físicamente y el seguimiento desemboca en una interiorización y universalización del todo peculiares.
La vida monástica, desde sus inicios ha pretendido situar su propio o peculiar modo de seguimiento de Jesús con el circulo apostólico.
¿Cuál es la experiencia del seguimiento de los que componen este círculo apostólico? se puede resumir en una doble perspectiva: por una parte la fascinación que suscita la causa de Jesús en el llamado y Jesús mismo como causa y en segundo lugar una renuncia a una existencia “normal” para responder a esta llamada.
Si los apóstoles viven en la “anormalidad” del desarraigo, dejándolo todo, es porque están fascinados por Jesus. Valoran a Jesús más que a todo lo demás. Su renuncia, su desnudez y su desarraigo son para ellos el precio a pagar por la gracia del seguimiento.
La vida monástica manifiesta la fe a través de la renuncia por la que vive una forma de vida “anormal”. Otras formas normales de vivir la fe, son modos correctos de vivirla, pero pueden tener pleno sentido sin fe. Así un cristiano que vive su matrimonio desde la fe, tratará de encarnar la fe en su vida conyugal, pero esta vida tendrá sentido aún cuando ese cristiano pierda la fe. En cambio un monje que pierde su fe y su modo de vivir con las renuncias que implica, carece de sentido.
La vida religiosa es a través de la renuncia, una manifestación y una objetivación de la fe sobre la que está cimentada la Iglesia. Así lo dice el nuevo Código:”De este modo el religioso consuma la plena donación de sí mismo, como un sacrificio a Dios, por el cual toda su existencia se convierte en un continuo culto a Dios en amor” C.607 A.
El monje afirma con el lenguaje más claro y convincente, que es su propia vida, que el Reino vale más que los supremos
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