Leemos en LG 46, que la profesión de los consejos evangélicos aunque implican la renuncia de bienes que indudablemente han de ser estimados en mucho, no es sin embargo un impedimento para el verdadero desarrollo de la persona humana, antes por su propia naturaleza, lo favorece en gran medida.
Esto invita a reflexionar sobre el sentido humano y teológico de la renuncia, que escuetamente S. Benito señala con la frase”para seguir a Cristo”.
El monje que quiere vivir con autenticidad su vida consagrada, es consciente que por su propia elección, no dispone de sí. Y este no disponer de sí, lleva entre otras cosas a no proyectarse en otra persona con amor, fundando una familia. No programar con libertad su propia existencia. No usar las cosas e este mundo en señorío autónomo.
Siendo adulto y maduro, su proyecto de vida le sitúa en la desnudez y la intemperie de ciertos derechos humanos, a los que renuncia voluntariamente con motivaciones muy grandes.
Y es que la renuncia a todo esto no puede hacerse por minusvaloración o desprecio, siguiendo la estrategia de la zorra de la fábula. Estos valores son reales, y deben ser valorados como fuentes de realización de la persona.
Se comprende fácilmente que la renuncia a ellos implique cierta negatividad y lleve consigo un sufrimiento. Y todo sufrimiento es cruz, sea forzado o voluntariamente sumido.
Pero la presencia del sufrimiento no tiene por que condenar la existencia de la persona a la frustración o a la desesperanza. Más bien, el sufriente, más que ninguno otro, es el que puede dar razón de su esperanza.
En efecto, el sentido del sufrimiento, y por tanto también de ese sufrimiento que es consecuencia de una renuncia, está en la manera de abordarlo. En el “por qué” y en el “por quien” se sufre.
La represión, fruto anárquico del inconsciente, carece de motivaciones en su renuncia, el sufrimiento que tiene un “por qué” y un “para quién”, se trasforma en sacrificio.
Las motivaciones que dan sentido al sufrimiento y a la renuncia, suponen y trascendimiento de la negatividad. La represión se queda en la negatividad de la renuncia. En cambio la renuncia que se trasciende con sentido, implica una sublimación.
La renuncia manifiesta las esperanzas por las que se asume. Ninguna renuncia se justifica por sí misma, ni siquiera la renuncia que implica la vida religiosa como proyecto existencial. Únicamente se justifica por el bien mayor.
Por esto es interesante que nos preguntamos cual es el motivo de la renuncia que, como monjes hacemos con nuestro proyecto de vida. Qué es lo que llena nuestra vida, o mejor mí vida, pues es una pregunta no genérica, sino personal, de sentido, en medio de la cruz de la renuncia. Qué es lo que llena la vida de la fuerza de la esperanza, en medio de la cruz de la renuncia.
La vida monástica, religiosa en general, que tiene su sentido ya en el plano humano, como algo muy distinto de la represión, alcanza toda su plenitud en el plano teológico.
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