119.- No dar falsos testimonios. (4,7)

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¿Cómo comentarían nuestros Padres este instrumento? Quizás pudiéramos  imaginar que en la edad de Oro de la Orden, estarían muy lejos de caer en  este fallo de vida cristiana, que supone la detracción, la calumnia, la murmuración,  y que tanto condena S. Benito. ¿La fidelidad a la Regla que impulsaba al primitivo Cister les tendría lejos de esta falta de justicia y caridad?
Que hermosos tratados de espiritualidad nos han dejado los Padres de esta segunda generación cisterciense, propios para alimentar en los monjes una fuerte vida espiritual. Podíamos creer que estarían lejos de caer en algo tan bajo.
Pero precisamente en sus escritos nos hacen pensar que eran hombres como nosotros, y juntamente con elevaciones místicas tan hermosas como las que encontramos en los Sermones sobre el Cantar de los Cantares, deja ver su pensamiento  sobre este punto.
Y es que los monjes del siglo XII como los de  hoy eran hombres, con sus miserias, y que necesitamos  que S. Benito nos presente este instrumento. “Hombres dejé, hombres encontré” frase que dijo un obispo que entró en la cartuja y llegó a ser prior de lamisca.
S. Bernardo en las “Sentencias”, enseña a sus monjes, que ante todo hay que evitar las críticas y murmuraciones entre los hermanos, ante toda otra cosa y por encima de toda observancia. Y sigue diciendo. Tal vez algunos crean que  la murmuración no pasa de ser un pecadillo de poca monta. Pero no lo juzgaba así aquel que nos manda evitarla ente todo y sobre todo.(¿S. Benito?) A mi parecer, tampoco lo juzgaba como liviana aquel que decía a los murmuradores: “Esa vuestra murmuración no va dirigida contra nosotros, sino contra el Señor, porque ¿Quién somos nosotros?”
Y aquel otro (Pablo) que se expresaba de esta suerte: “ni tampoco murmuréis como algunos israelitas en el desierto murmuraron y fueron muertos por el exterminador”.
Y un poco más adelante dice cómo no concuerdan la murmuración y la paz, la detracción y la acción de gracias, el celo amargo y las voces de alabanza. ¿Cómo puede tener valor la alabanza en el coro junto con la denigración al hermano?
En el sermón 24 del Cantar de los Cantares, confirma lo antes dicho, de que en toda agrupación humana, se da miserias. Dice:”Siermpre y en todas partes, en el coro de  las almas dedicadas a la perfección, nunca faltan  unas que  observan maliciosamente las acciones de la Esposa, (o sea de sus hermanos) no para imitarlas, sino para tener ocasión de que murmurar.  Son atormentados por lo bueno advertido en sus hermanos y se alimenta y recrean con sus imperfecciones.
Cuando les veáis  andar aparte formando corrillos y conciábulos y se deslizan palabras insolentes y murmuraciones detestables. Se junta y confabulan unos con otros, tanto es el ansia de murmurar que forman una especie de sociedad  para hablar mal de su prójimo y se unen para causar la desunión. Contraen mutuamente amistades que ocasionan enemistades en la comunidad y animados de una misma malicia, constituyen entre si  una espantosa  sociedad semejante a la formada en otro tiempo por Herodes y Pilatos, que dice el evangelio, que aquel día, o sea el de la Pasión, se hicieron amigos”.
Poco más adelante expresa su deseo de  nunca  verse  en este conciábulo. “Plegue a Dios que yo nunca jamás me encuentre en la asamblea de semejantes personas, pues Dios las aborrece, según la expresión del Apóstol: Los detractores son aborrecibles a Dios.
Nadie tiene que extrañarse de esto, pues nadie ignora como este vicio  combate y ofende más vivamente que otros la caridad, que es el mismo Dios, según vosotros mismos podéis advertirlo”.
Toda persona que murmura  hace ver a las claras que no tiene caridad. Por otra parte, ¿qué otro designio tiene sino lograr que los otros aborrezcan o desprecien a aquel de quien se murmura?
El corazón lleno de amargura no puede menos de derramar amargura en sus palabras, como dice Jesucristo: De la abundancia del corazón habla la boca.  (Como estará el amor a Dios en el corazón de aquel que  tan poco amor tiene a su hermano)
Y nos ofrece como una fotografía de las reuniones de este conciábulo:”Antes de murmurar les veis exhalar  profundos suspiros, tomar aspecto grave, no hablar  sino con pena, manifestar una falsa tristeza  en el semblante, y con voz lastimera proferir sus  murmuraciones, tanto más persuasivas y detestables, cuanto aquellos que las escuchan se persuaden de que  no las profieren sino muy a pesar suyo, o mejor  contra su voluntad. Lo siento muchísimo porque le amo de veras, pero jamás le he podido corregir de este defecto. Bien sabía yo que estaba sujeto a este vicio, pero yo no lo  hubiera jamás descubierto, pero  habiéndole publicado otro, no puedo negar la verdad. Lo digo con dolor, pero esta es la verdad. Y añade, es lástima, porque por otra parte tiene buenas cualidades, pero tocando a este  punto no merece excusa”.
¿Qué remedio hay contra este mal? Crecer en caridad y seguro que él aplicaba lo que recomienda en una de sus cartas, en la que aconseja que si hay algún murmurador o descontento, que sembrase discordias y turbase la paz,  desempeñando de esta suerte el oficio del diablo, que siempre se goza en crear divisiones: “cortad por lo sano, localizar inmediatamente este peste, tanto peor cuanto más interna”.
Muchos otros textos hay en los que se ve como S. Bernardo detesta este mal.  Sta. Teresa tiene una semejante actitud ante este mal.

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