203.-Oración de compunción.

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Confesar cada día a Dios en la oración las culpas pasadas. (4,58)

Este instrumento puede llamar la atención y causar extrañeza al que tiene un amor débil a Dios, a Jesucristo. La gracia de la compunción  solamente puede crecer en una tierra fecundada  por un ardiente amor. ¿Cómo dolernos sin un verdadero amor?
Por eso es imposible que entienda y comprenda este instrumento para el que la persona de Jesús es como una realidad abstracta, no  alguien que le  ha seducido personalmente.
Lo veíamos en el informe de la Remila. A los jóvenes sudamericanos  les cautivaba el Bto. Rafael   porque veían en él  el modo de entrar en relación personal con Cristo no de un modo abstracto. De aquí que sus escritos no dice nada  o no les entienden los que no viven  esta dimensión personal de amor con Jesús.
Podemos tener por seguro que S. Benito  ha leído más de una vez  la Colación 20 de Casiano en la que el abad Pinucio expone el modo de fomentar la compunción del corazón.
Uno de los monjes, Germán, le pide una aclaración y le pregunta ¿de donde podrá nacer la santa y saludable compunción, propia de un alma humillada?  La Escritura la describen con estos rasgos fruto de un corazón contrito. “Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito”: ¿En que medida puedo añadir: “y tu perdonaste mi culpa y mi pecado” (Sal 31,5)? Si desterramos de nuestro corazón el recuerdo de nuestros pecados ¿Cómo será posible  el postrarnos en la plegaria, derramar lágrimas de una humilde confesión para merecer el perdón de mis culpas, según aquello “Estoy agotado de gemir, de noche lloro sobre mi lecho, riego mi cama con lágrimas?
Y el Señor por su parte, ¿No nos manda guardar memoria de nuestros pecados cuando dice: No me acordaré más de tus pecados, pero tú tráelos a la memoria?
En consecuencia, no solamente durante el trabajo, sino también durante la oración me esfuerzo a dirigir me espíritu para recordar mis faltas. Merced a ello me siento más humildemente excitado a una humilde sinceridad y a la perfecta compunción del corazón. Entonces es cuando me siento más inclinado y con más ánimo para exclamar con el profeta: mira mi  humillación y mi miseria y perdona todos mis pecados.
A esto Pinucio contesta. “Por lo que atañe a lo del recuerdo de los pecados, es sin duda muy  útil e incluso necesario para aquellos que todavía hacen penitencia , y exclaman  sin cesar golpeándose el pecho: reconozco mi iniquidad, y mi pecado está siempre presente.
Efectivamente, mientras nos damos a la penitencia  y sentimos  los remordimientos de nuestros actos viciosos, es menester que las lágrimas de una humilde confesión caigan como lluvia bienhechora sobre nuestras almas, para extinguir la llama que dejaron en nuestra conciencia. He aquí que después de haber perseverado largo tiempo en esta humildad de corazón y contrición de espíritu, consagrado sin descanso al trabajo y a los gemidos del alma. El recuerdo del mal cometido se amortigua. Por una gracia especial de la misericordia de Dios, la espina del remordimiento  queda arrancada de la  médula del alma. Ello es indicio manifiesto de que se ha llegado  al término de la  satisfacción. Hemos merecido su perdón  quedando lavada nuestra prístina  impureza. En fin, no cabe otro procedimiento para llegar a este olvido de los defectos  y pasiones de la vida  pretérita que una perfecta pureza de  corazón.
Quien por apatía y desdén no corrige sus vicios y tendencias malsanas, no conocerá nunca esa virtud. Es privilegio exclusivo de aquel a que a fuerza de gemidos y suspiros y de santa tristeza ha hecho desaparecer las más mínimas huellas de sus  antiguas manchas y clamará con toda verdad al Señor: “Confesaré al Señor mi culpa, y  las lágrimas son mi pan noche y día.”
Ese tal merecerá oír tal respuesta: cese tu voz de gemir, tus ojos de llorar, pues por tus penas  recibirás galardón. Y la palabra del Señor le dirá: Yo he disipado como nube tus pecados, como niebla tus iniquidades, y en otra ocasión: soy yo quien por amor a ti, borro tus extravíos  y no me acuerdo más de tus rebeldías.
Libre de los lazos de sus pecados en los que se ve preso, cantará al Señor este cántico de acción de gracias: Rompiste mis cadenas, te ofreceré sacrificios de alabanza”.

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