175. Tener presente la muerte

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Tener cada día presente ante los ojos a la muerte. (4,47)

Vamos a detenernos un día  más en este instrumento, puesto que S. Benito lo da tanta importancia al encomendarnos  esta reflexión de la muerte todos los días.
Si quisiéramos, al cabo del día encontraremos mil motivos para recordarla. Pero somos muy olvidadizos y necesitamos que positivamente intentemos recordarla.
Para Miguel Angel, hombre de gran vitalidad, con una pasión grande por la vida, confiesa que no le venía a la mente pensamiento alguno que no llevase esculpida la cara de la muerte. Este pensamiento no es propio solo de personas torvas, faltas de dotes, para una existencia fuerte. Así mismo el P.H. Lubac, dice de Tailhard de Chardin que toda su reflexión, incluida la científica era una extensa meditación sobre la muerte.
Cuando S. Benito nos presenta este instrumento es señal de que sabía por su experiencia, lo útil que es para el monje.
 Para redactar este punto, como lo hizo con la totalidad de la Regla, tenía presente en su mente a Cristo, y Cristo  siempre estaba  pendiente de su “hora” y su “hora” era la del tránsito al Padre. Era para él como una obsesión. Vino para ofrecer este sacrificio, y tanto antes como  después  de la resurrección habló de este paso al Padre como de algo necesario.
Podríamos pensar que este pensamiento podría como esterilizar  nuestro quehacer en este mundo pues hay un adagio entre los turcos y persas que dice que al sol y a la muerte no se les puede mirar de frente sin ofuscarse.
Los grandes maestros de espíritu, incluso algunos que no creían en la inmortalidad, recordaban el recuerdo de la muerte para obrar con rectitud. Así S. Ignacio, cuando trata de la elección de estado, uno de los medios que indica para poder hacer el discernimiento, es pensar qué me habría gustado elegir a la hora de la muerte.  ¿Cómo me habría gustado vivir  mi vida monástica  a la hora de la muerte?
Esta mirada la debemos hacer de una manera correcta, pues si bien el pensamiento de la muerte puede sernos muy útil, también mal enfocado puede ser negativo. Al cumplir  los 70 años, escribía Ángelo Roncalli, “en todas las cosas mira el fin. El fin viene a mi encuentro en la medida que pasan los días. Tengo que pensar que tengo que morir pronto y bien, más que distraerme  con ilusiones de larga vida. Pero sin melancolía, sin siquiera hablar demasiado de ello”.
Que diferencia de ver así la muerte a verla desde un aspecto negativo meramente humano. Recuerdo de  un religioso que cuando se vio mayor y enfermo, le entró tal tristeza, que creo murió de pena.
Existe  una forma de mirar la muerte, que podemos llamar cristiana. Se trata de una reflexión positiva de nuestra última hora. De un pensamiento que ayude a trasfigurar tan importante suceso. S. Cipriano aconseja a su hermano Suceso, que  pensase en la inmortalidad, en lugar de en la muerte. Es un concepto más amplio y radical  que lleva ciertamente en sí el concepto de la muerte. Pero añade  la idea de supervivencia. Añade la idea de un Juicio posterior, de aquí la importancia de su preparación. Sirve para obrar con sensatez, que es lo mismo que ser santos.
Para que el pensamiento de la muerte sea cristiano, tiene que apoyarse en razones específicamente cristianas. Hemos de pensar en ella, no solo  porque este es el modo de vencerla, sino porque es un misterio de Jesucristo, un bautismo, una eucaristía. Así la llamó Cristo. El pensamiento de la muerte nos ayuda  a enfocar la vida dentro del misterio de Cristo.
El pensamiento de la muerte nos advierte de la brevedad de la vida. Cada momento tiene un valor irremplazable, que no pede ser reemplazado por la frivolidad, pero sin llevarnos a un estado de tensión nerviosa.
El recuerdo de la muerte nos tiene que ayudar a la perseverancia. La vida lleva un desgaste, la vigilancia para no decaer es importante. El Señor nos advierte de la vigilancia. Así ` podremos decir con verdad en el último día: todo está consumado.
Por último no olvidemos que el pensamientote la muerte puede  ser rutinario, por lo tanto ineficaz, vacuo, como la Eucaristía, como cualquier verdad sobrenatural. Puede uno estar ocupado  en cosas divinas, y tener el corazón lleno de humo. Las vanidades espirituales no son menos perjudiciales que las materiales. Y la culpa no es solo de la costumbre, sino de nuestro inveterado apego a nosotros mismos que en todo nos buscamos.
Que la reflexión sobre la muerte nos ayude a enfocar la vida como verdaderos hijos de Díos, sin detenernos en bagatelas, que pasan tan rápidas  y que no nos pueden acompañar a la eternidad.

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