El mal en cambio imputárselo a sí mismo, sabiendo que siempre es obra personal (4,43) Este instrumento es como el complemente del anterior que ayer comentaba. Son las bases juntamente con el instrumento 41. de un programa de ascética cristiana que se desarrollará en los siguientes instrumentos.
Sabemos que por nosotros mismos somos incapaces de un acto sobrenatural sin el auxilio de la gracia. Pero por el contrario tenemos una capacidad asombrosa para cometer el pecado.
La triple concupiscencia que vive en nosotros nos pone en lucha contra la gracia. Incluso con el auxilio de la gracia, es preciso que nos hagamos violencia para obrar el bien, mientras que en el camino del mal no hay más que dejarse llevar para llegar a los últimos excesos. No hay crimen cometido por un hombre que nosotros no seamos capaces de hacer. Esta inclinación de la naturaleza al mal, ¡cuantos gemidos ha dado lugar en las almas santas! “Veo en mis miembros una ley contraria a la ley de Cristo… Infeliz de mí ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”
A este enemigo doméstico tenemos y podemos combatirle no pensando en darle muerte, pero si dominarle, debilitarle y hacerle menos exigente. Así lo vemos en muchas almas santas, con la misma naturaleza e inclinaciones que nosotros. Pero puede ser que lejos de debilitar a esa concupiscencia nativa, la hemos podido dar más fuerza por un débil dominio propio..
Si constatamos una resistencia para el bien, si tenemos un orgullo tan sensible, reconozcamos que la culpa es nuestra dice S. Benito: se repute a sí mismo el mal. Si no sabemos contrariar las malas inclinaciones, se convertirán en tiranas.
Si a esta inclinación al mal añadimos, una distracción de nuestro espíritu veleidoso, la debilidad de nuestra voluntad y la malicia de nuestros enemigos, podemos hacernos la pregunta de que si es posible evitar el mal.
Sí, podemos y debemos evitarlo. Con la gracia podemos y debemos resistir a todos nuestros enemigos. Así lo demuestra en lo que podemos llamar espejo de los monjes, la Vita Antonii de S. Atanasio, como fue combatido de las más variadas maneras, pero siempre triunfó. El que confía y se abraza con fuerza a la gracia es invencible, si por otra parte obra como si todo dependiese de él.
Esa gracia divina, se concede a todo el que la pide. Y si hemos hecho el mal, es porque no hemos pedido esa gracia. No hemos orado o lo hemos hecho de mala manera, y así hemos palpado nuestra debilidad. Dios hacía oír su voz, pero hemos cerrado los oídos. La gracia preveniente nos invitaba a huir de la tentación, pero hemos preferido como Eva dialogar con el mal y considerar como apetecible el fruto prohibido.
Si consideramos uno a uno todos nuestros fallos, podremos decir con verdad: mea culpa, mea máxima culpa. No es que faltase la gracia, sino que yo he faltado a la gracia. “Impute siempre a sí y no a Dios lo malo que hubiere hecho”, nos a dicho S. Benito.
El Señor nos podría decir las palabras que encontramos en Isaías, en el cántico de la viña: ¿Qué más podía hacer por mi viña, que no haya hecho?
Además de los bienes sobrenaturales comunes a todos los cristianos, cuantas gracias particulares hemos recibido del Señor… Cada uno podrá recordarlas. La mano de Dios nos ha protegido. Dios ha hecho todo para preservarnos, pero nosotros hemos resistido a su amor.
Si no ha impedido que cometiésemos el mal, es porque ha respetado nuestra libertad. El que te ha creado sin ti, no te salvara sin ti.
Su infinito amor ha hecho poder transformar nuestras faltas en remedios saludables. Así también al ver nuestra debilidad recordamos la necesidad de la oración y de la vigilancia. Y quiere que de la contemplación de nuestros fallos, sea motivo de aumentar nuestra confianza en El.
Las gracias innumerables recibidas, las infidelidades que hemos cometido y el poco provecho que hemos sacado de nuestras faltas, son tres motivos para comprender que todo el mal que hay en nosotros no viene de abandono de Dios ni de lo insuperable de nuestros enemigos. Sino como quiere S. Benito: imputarse siempre a sí lo malo que hubiere hecho.
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