156 – No ser soberbio.-(4,34}

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Vamos a demorarnos un día más en este instrumento, dada la importancia que tiene para la vida espiritual del monje.

Hay diversos bienes que dan pie al orgullo. Bajo este aspecto podemos considerar el orgullo que se apoya sobre los bienes exteriores, el orgullo de la voluntad, el de la inteligencia y el espiritual.
Son diversas formas de orgullo cada vez más sutiles y peligrosas por alimentarse con bienes de más alto valor.
 El orgullo que nace de los bienes exteriores est  constituido por todos aquellos que promueven el honor, y las consideraciones, ventajas y cualidades exteriores: belleza, fortuna, buen nombre, rango honores.
Esta clase de bienes constituyen una mera fachada, bella tal vez, que no llega a disimular la pobreza interior. Pero con todo se siente la  inclinación de fundar sobre ellos el sentimiento de nuestra propia excelencia y de las exigencias y honores que se nos deben.
 Este orgullo, el m s sin fundamento, y menos peligroso por ser más exterior, es el que fácilmente cede a la luz de la verdad. Sta. Teresa tenía este sentimiento de honor tan profundamente arraigado en ella, que no se purificará  sino a la larga.
 La santa movida de un reconocimiento hacia las personas conocidas, estaba prendada de las conversaciones de locutorio que tenía con ellas, y aunque el P. Baltasar le exigía el renunciar al locutorio, se resistía y solo consiguió hacerla renunciar la palabra divina que escuchó en medio de su primer éxtasis. ¿No sería también causa de su apego a estas conversaciones, por cierto espirituales, el encontrarse en medio de la más lujosa e importante sociedad de Avila a quien hacía tanto bien con sus pláticas ingeniosas y espirituales?
 En su vida escribe «veo en algunas personas santas en sus obras y las hacen tan grandes que admiran todos, que aún están muy en la tierra esas almas, ¿cómo no está  en la cumbre de la perfección? ¿Qué es lo que frena a esa alma que hace tanto por Dios? Oh, que tienen un punto de honra y lo peor de todo es que no quieren entender que lo tienen, y es porque algunas veces les hace ver el demonio que tienen obligación de tenerle. Pues creedme, que si no quita esa oruga, aunque no dañe a todo el  árbol, porque le quedar n algunas otras virtudes, pero todas carcomidas. No solo no medra, sino que no deja medrar a los que andan junto a él. La fruta que da, que es el buen ejemplo, no es nada sana»
 Y termina diciendo que es cosas que en todas partes hace mucho daño al alma, mas en el camino de oración, es pestilencia.
Este apego a los bienes exteriores puede ser tan tenaz, que no cede sino es en la purificación del alma en las sextas moradas. De aquí que la santa persiga con toda severidad, cualquier susceptibilidad orgullosa.
En el Camino de Perfección dice. Diréis que son cosillas naturales que no hay que hacer caso. No os engañéis con esto, pues crece como espuma, y no hay cosa en tan notable peligro, como son esto de los puntos de honra y estar viendo si nos hicieron agravio.
 El alma, iluminada por Dios, si llega a vencer este orgullo, se encumbra a altas cimas en la vida espiritual, y en ese progreso ha descubierto otras formas de orgullo.
 Orgullo de la voluntad. El orgullo de la voluntad se nutre de los bienes que la voluntad encuentra en sí misma, de su independencia, de su poder de mando, de su fuerza. De todo esto tiene perfecta conciencia.
 Se traduce en una repulsa a someterse a la autoridad, una confianza desmedida en sí, y por el ansia de dominio.
Este orgullo rehusa o hace difícil la sumisión respecto a Dios, confiando en el poder y eficacia de sus esfuerzos. No comprende vivencialmente la expresión de Jesús: «sin mí no podéis hacer nada» o lo de S. Pablo: Dios es el que opera en nosotros el querer y el obrar».
 Tan solo Jesús, que ha venido a servir y no a ser servido, que se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, puede enseñarnos con su ejemplo el valor y la nobleza de la sumisión. Pero las humillaciones de Cristo continúan siendo para los cristianos, cuando es preciso compartirlas, una locura, mientras no descienda sobre su alma la iluminación de lo alto.
 Solo la experiencia del encuentro con dios en una oración elevada, puede quebrar ese orgullo. La voluntad se hará  flexible en adelante a todo los deseos de Dios. Una larga y ruda tarea de ascesis podrá  suplir esta gracia mística y recabar de Dios la gracia de la docilidad de la voluntad.

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