Jesús lo ha dicho”habéis oído que también se dijo a los antepasados, no jurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo os digo, no juréis en modo alguno, ni por el Cielo porque es el trono de Dios, ni por la tierra porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, pues ni uno solo de tus cabellos, puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: si, si, no, no, que lo que pasa de aquí viene del maligno. (Mat. 5, 32 ss.)
En esta serie de instrumentos orientados a mejorar la vida comunitaria como lugar del encuentro con Cristo por el amor, resalta este precepto de Jesús que encontramos en Mateo 5 en el Sermón de la Montaña.
S. Ambrosio lo cita en su tratado sobre las vírgenes, como algo que tiene que evitar aquella que se consagra a Cristo en cuerpo y alma.
No es necesario hacer resaltar cómo el pecado del perjurio, o juramento en falso, tan grave en todo cristiano, es especialmente escandaloso en el monje.
S. Benito prohíbe el juramento temerario, que es el que hace referencia en Mat. 5 34. El juramento temerario es aquel que se hace sin razón suficiente. No está permitido hacer intervenir la autoridad de Dios, para simples bagatelas. Y es de temer que el uso abusivo del juramento destruya poco a poco, su prestigio a nuestros ojos y no se vea la gravedad del perjurio.
El monje tiene que estar vigilante para no caer en esa manía que algunas personas tienen que nunca creen haber afirmado suficientemente la verdad si no interponen el juramento. Incluso el monje debe desterrar de su lenguaje esas expresiones que se acercan más o menos al juramento como: por fe mía, Dios me es testigo, tan cierto como hay Dios, daría mi cabeza…
Hay un juramento laudable, el que se hace con un fin bueno y por un importante motivo de justicia y caridad. Es el que la Iglesia nos hace pronunciar antes de la elección de un abad y en otras circunstancias importantes de la vida.
Este juramento es un acto de virtud y de religión, un homenaje que se tributa al testimonio de Dios. Es en fin un acto bueno, ya que el fin y los medios son buenos
Pero evidentemente tiene que ir acompañado de verdadera fe y no verlo como una mera formalidad. Por tanto ha de estar marcado por la sinceridad.
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