145.- No dar paz fingida.- (4,25)

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El mismo enunciado de este instrumento nos está diciendo que hay varias clases de paz, puesto que se puede encontrar una paz fingida que procede de una falsa caridad.
Vemos como entre los doce apóstoles Judas fue capaz de entregar a su Maestro con un signo de paz y amor como es el beso. Y es que sin la gracia de Dios el hombre es capaz de todas las bajezas. Podemos sustentar una animosidad secreta, trabajar sordamente para perjudicar al hermano y a la vez dar muestras exteriores de amistad, como dar la paz en la eucaristía.
Aparte de este odio disimulado que es raro gracias a Dios, estamos expuestos a muchos defectos de rectitud  en el ejercicio de la caridad. Esto está indicando que el “no anteponer nada al amor de Cristo”, aún está lejos de ser realidad. Y S. Benito  ofrece este instrumento 25,  muy oportuno y práctico para iluminar algunos rincones de nuestra conciencia que pudieran estar oscurecidos.
En el mundo ciertamente esta caridad mentirosa está a la orden del día. Honores y cumplimientos por delante y críticas e incluso calumnias y quejas de su importunidad por detrás. Tenemos que velar para que este espíritu del mundo no penetre en nuestra comunidad. No hay nada más odioso a los ojos de un buen monje que esta conducta rastrera  e hipócrita entre los hermanos.
Tanto más debemos vigilar, cuanto la pendiente es muy resbaladiza  y las ocasiones son muy frecuentes. Y veamos si nuestra conducta está siempre orientada por la caridad portándonos con ellos lo mismo en su presencia como en su ausencia. (Musulmán que llama infiel o cristiano, según está presente el interesado, según contaba el P. Ventura)
                   La paz de la buena conciencia es el mejor tesoro del monje y debemos estar dispuestos a conservarla por encima de todo.
                    Pero existe también una falsa paz de la conciencia, que es el resultado de infidelidades multiplicadas que la endurecen, formando como un callo en ella. La meditación de la muerte, puede ayudar a descubrir si la conciencia está reposando sobre una falsa paz. Permanecer es esa  falsa conciencia no es camino de la paz, sino de la perdición.
Esto mismo debemos tener en cuenta en el trato con nuestros hermanos, no dejándoles  por nuestra culpa en la paz de una falsa conciencia. Así se da esta  falsa paz predicando una moral suave para no desalentarles; no reprender sus defectos,  para no irritarles; aprobar con nuestro silencio las faltas que cometen.
Existe también la paz del falso consuelo. Si en las pruebas nos arrojamos en los consuelos sensibles y si en lugar de remontarnos a los pensamientos de fe, buscamos dar alguna compensación a la naturaleza, sustrayéndonos  al peso que nos oprime, nos procuraremos una falsa paz.
La falsa paz también la damos a los hermanos cuando para tener  sosegado a un carácter difícil, le permitimos cosas  contrarias a lo que el Señor espera de un monje: salidas innecesarias, ocasiones de hablar, cerrando los ojos ante fallos que además perturban la paz entre los hermanos, y decimos equivocadamente: por amor a la paz…o cuando para consolar, se resugieren motivos naturales, más o menos fundados.
Cuando para desembarazarnos de él y de sus importunidades, le engañamos,  le damos una paz falsa que no puede  durar.
La paz es la recompensa de una buena voluntad. Paz a los hombres de buena voluntad, cantaban los ángeles en Belén. La paz es fruto de sacrificio. Tomad  mi yugo y encontrareis el descanso para vuestras almas.
Si queremos gozar de una paz duradera y hacerla gozar a nuestros hermanos, bequémosla en la renuncia a uno mismo, y nunca busquemos falsos consuelos.

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