Nadie se deje conducir en el Monasterio por la voluntad de su propio corazón. (3,9)
San Bernardo llama propia voluntad a la que no es conforme con la de Dios, ni de los hombres, sus representantes, sino con la propia
¿Qué aborrece o castiga Dios, fuera de la propia voluntad? Cese la propia voluntad y no habrá infierno. Dice en un sermón sobre la resurrección.
El enunciado de S. Benito es claro, no así su realización que es la ascesis de toda la vida y de todos los tiempos, aunque pensemos que los nuestros son particulares o especiales.
S. Bernardo reconoce como todos nos deslizamos en muchas cosas y nuestra voluntad halla tropiezos aún en la rectísima voluntad de Dios, de modo que nos es dificilísimo adherirse y conformarse perfectísimamente con ella. Repito, esta es la labor de nuestra vida, y que la dificultad o fracasos, o el dolor de esta lucha no deben ni desanimarnos ni acomplejarnos.
Es difícil ciertamente renunciar a la propia voluntad para someterse a la ajena.
Así constata S. Bernardo que hay muchos que se enredan en mil cavilaciones, con motivo de los mandatos de los superiores, preguntándose a cada paso ¿Por qué, a qué fin, por que causa? A todas horas se están querellando de la obediencia y preguntándose por qué habrá mandado esto el superior, ¿A quién se le ocurre esto, quien le habrá sugerido al superior esta determinación?
De aquí se siguen murmuraciones, palabras de crítica, rebosantes de indignación y amargura.
Creo que cuando S. Bernardo denunciaba estas señales de la persistencia de la voluntad propia en los monjes, estaba reflejando lo que pasaba en su monasterio y en sus filiales.
Una voluntad propia viva, da lugar a frecuentes excusas, imposibilidades fingidas, recursos a los amigos de fuera, constata S. Bernardo, a fin de coartar la libertad del superior.
Si uno quiere ser buen monje, ha de recibir con rostro alegre los mandatos que se le den, viendo en ello la voluntad divina. Este ha dejado la propia voluntad y ha puesto en su lugar la de Dios. Y se manifiesta en que es fiel, no sabe lo que son tardanzas, huye del mañana, ignora las dilaciones, arrebata el mandato de las manos del superior, tiene siempre preparados los ojos para ver, los oídos para escuchar, la lengua para responder con un sí, las manos para ejecutar y los pies para correr en aquello que se le manda.
Anda siempre alerta para coger al vuelo la voluntad de Dios a través de las mediaciones humanas.
El que de veras ha renunciado a su voluntad, recibe con igualdad de ánimo tanto lo próspero como lo adverso, todo lo ve venido de la mano de Dios. E incluso desea lo segundo, a fin de imitar a aquel que se evadió cuando querían proclamarle rey, mientras se ofreció espontáneamente para la muerte en Cruz.
Señor ¿qué queréis que haga?, palabra breve, viva, eficaz, llena, digna de todo aprecio. S. Bernardo testifica que son pocos los que se acercan a esta forma de perfecta obediencia dirigiendo con sinceridad esta pregunta al Señor, y es señal de la muerte a la propia voluntad.
De tal suerte han dejado su propia voluntad que ya no la tienen en su propio corazón, y pregunten en todo momento, no lo que ellos quieren, sino lo que quiere el Señor de ellos.
¿Qué aborrece o castiga Dios, fuera de la propia voluntad? Cese la propia voluntad y no habrá infierno. Dice en un sermón sobre la resurrección.
El enunciado de S. Benito es claro, no así su realización que es la ascesis de toda la vida y de todos los tiempos, aunque pensemos que los nuestros son particulares o especiales.
S. Bernardo reconoce como todos nos deslizamos en muchas cosas y nuestra voluntad halla tropiezos aún en la rectísima voluntad de Dios, de modo que nos es dificilísimo adherirse y conformarse perfectísimamente con ella. Repito, esta es la labor de nuestra vida, y que la dificultad o fracasos, o el dolor de esta lucha no deben ni desanimarnos ni acomplejarnos.
Es difícil ciertamente renunciar a la propia voluntad para someterse a la ajena.
Así constata S. Bernardo que hay muchos que se enredan en mil cavilaciones, con motivo de los mandatos de los superiores, preguntándose a cada paso ¿Por qué, a qué fin, por que causa? A todas horas se están querellando de la obediencia y preguntándose por qué habrá mandado esto el superior, ¿A quién se le ocurre esto, quien le habrá sugerido al superior esta determinación?
De aquí se siguen murmuraciones, palabras de crítica, rebosantes de indignación y amargura.
Creo que cuando S. Bernardo denunciaba estas señales de la persistencia de la voluntad propia en los monjes, estaba reflejando lo que pasaba en su monasterio y en sus filiales.
Una voluntad propia viva, da lugar a frecuentes excusas, imposibilidades fingidas, recursos a los amigos de fuera, constata S. Bernardo, a fin de coartar la libertad del superior.
Si uno quiere ser buen monje, ha de recibir con rostro alegre los mandatos que se le den, viendo en ello la voluntad divina. Este ha dejado la propia voluntad y ha puesto en su lugar la de Dios. Y se manifiesta en que es fiel, no sabe lo que son tardanzas, huye del mañana, ignora las dilaciones, arrebata el mandato de las manos del superior, tiene siempre preparados los ojos para ver, los oídos para escuchar, la lengua para responder con un sí, las manos para ejecutar y los pies para correr en aquello que se le manda.
Anda siempre alerta para coger al vuelo la voluntad de Dios a través de las mediaciones humanas.
El que de veras ha renunciado a su voluntad, recibe con igualdad de ánimo tanto lo próspero como lo adverso, todo lo ve venido de la mano de Dios. E incluso desea lo segundo, a fin de imitar a aquel que se evadió cuando querían proclamarle rey, mientras se ofreció espontáneamente para la muerte en Cruz.
Señor ¿qué queréis que haga?, palabra breve, viva, eficaz, llena, digna de todo aprecio. S. Bernardo testifica que son pocos los que se acercan a esta forma de perfecta obediencia dirigiendo con sinceridad esta pregunta al Señor, y es señal de la muerte a la propia voluntad.
De tal suerte han dejado su propia voluntad que ya no la tienen en su propio corazón, y pregunten en todo momento, no lo que ellos quieren, sino lo que quiere el Señor de ellos.
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