89. La propia voluntad.

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Nadie se  deje conducir en el Monasterio por la voluntad de su  propio corazón. (3,9)

San Bernardo llama propia voluntad a la que no es conforme  con la de Dios,  ni de los hombres, sus representantes, sino con la propia
 ¿Qué aborrece o castiga Dios, fuera de la propia voluntad? Cese  la propia voluntad y no habrá infierno. Dice en un sermón sobre la resurrección.
El enunciado de S. Benito es claro, no así su realización que es la ascesis de toda la vida y de todos los tiempos, aunque pensemos que los nuestros son particulares o especiales.
S. Bernardo reconoce como todos nos deslizamos en muchas cosas  y nuestra voluntad halla tropiezos  aún  en la rectísima voluntad de Dios, de modo que nos es dificilísimo adherirse y conformarse  perfectísimamente con ella. Repito, esta es la labor de nuestra vida, y que la dificultad o fracasos, o el dolor de esta lucha no deben ni desanimarnos ni acomplejarnos.
Es difícil ciertamente renunciar a la propia voluntad para someterse a la ajena.
Así constata S. Bernardo que hay muchos que se enredan en mil cavilaciones, con motivo de  los mandatos de los superiores, preguntándose a cada paso ¿Por qué, a qué fin,  por que causa?  A todas horas se están querellando de la obediencia  y preguntándose  por qué habrá mandado esto el superior, ¿A quién se le ocurre esto, quien le habrá sugerido al superior esta determinación?
De aquí se siguen murmuraciones,  palabras de crítica, rebosantes de  indignación y amargura.
Creo que cuando S. Bernardo denunciaba estas señales de la persistencia de la voluntad propia en los monjes, estaba reflejando  lo que pasaba en su monasterio y en sus filiales.
Una voluntad propia viva, da lugar a frecuentes excusas, imposibilidades fingidas, recursos  a los amigos de fuera, constata S. Bernardo, a fin de coartar la libertad del superior.
Si uno quiere ser buen monje, ha de recibir con rostro alegre los mandatos que se le den, viendo en ello la voluntad divina. Este ha dejado la propia voluntad y ha puesto en su lugar la de Dios. Y se manifiesta en que  es fiel,  no sabe lo que  son tardanzas, huye del mañana, ignora las dilaciones,  arrebata el mandato de las manos del superior, tiene siempre  preparados los ojos para ver, los oídos para escuchar, la lengua  para responder con un sí, las manos para ejecutar  y los pies para correr en aquello que se le manda.
Anda siempre alerta  para coger al vuelo la voluntad de Dios a través  de las mediaciones humanas.
El que de veras ha renunciado a su voluntad, recibe con igualdad de ánimo tanto lo próspero como lo adverso, todo lo ve venido de la mano de Dios. E incluso desea lo segundo, a fin de imitar a aquel que se evadió cuando  querían proclamarle rey, mientras se ofreció espontáneamente  para la muerte en Cruz.
Señor ¿qué queréis que haga?, palabra  breve, viva, eficaz, llena, digna de todo aprecio.  S. Bernardo testifica que son pocos los que se acercan a esta forma de perfecta obediencia dirigiendo con sinceridad esta pregunta al Señor, y es señal  de la  muerte a la propia voluntad.
De tal suerte han dejado su propia voluntad que ya no la  tienen en su propio corazón, y pregunten en todo momento, no lo que ellos quieren, sino lo que quiere el Señor de ellos.

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