Una vez oído el consejo de los hermanos, reflexione a solas y haga lo que juzgue más conveniente. (3,2) Por quedar la cuestión reservada a la decisión del abad, todos le obedecerán en lo que el disponga como lo más conveniente. Pero como corresponde a los discípulos obedecer al maestro de la misma manera conviene que este decida todas las cosas con prudencia y sentido de la justicia. (3,6)
Salvo en los casos previstos en las Constituciones, en los que puede llegar a obrar inválidamente sin el consejo, el superior tiene la grave responsabilidad de deliberar en su interior y decidir de cara a Dios, y bajo su mirada, aunque por ello pueda perder popularidad en algunos casos.
Querer influir en la decisión del superior, es hacer recaer sobre sí mismo la responsabilidad de la decisión. Si por nuestras reiteradas instancias en pedir una solución a nuestro gusto, o una dispensa o permiso, llegamos a conseguir lo que pretendemos inclinando la voluntad del superior, nos exponemos a hacer nuestra propia voluntad y cargar con las consecuencias.
Si queremos conocer sinceramente la voluntad de Dios, debemos dejar plena libertad al superior para deliberar, decidir y pronunciarse.
Según la mente de S. Benito, es el abad el que gobierna y llevar el abad a nuestro tribunal, discutir sus decisiones, pedirle razón de su conducta, es invertir los papeles.
Mientras el superior sea fiel a la Regla, a las Constituciones y esté sometido a los superiores mayores, tenemos que obedecer. Si nos pide consejo es para mejor poder conocer la voluntad de Dios. Por ello S. Benito le dice que reflexione seriamente para discernir esa voluntad de Dios. Pero una vez que se ha pronunciado, su decisión ya no es a los ojos de la fe, una opinión humana y discutible, sino es una manifestación de la voluntad de Dios
Esta decisión podrá parecer humanamente poco prudente, pero bajo el punto de vista sobrenatural, es lo mejor que hay para nosotros en concreto. Puede no se conforme a nuestras miras y deseos, pero es en este momento concreto, conforme a los designios de Dios sobre notros. Que ejemplo heroico el de Sta. Rafaela del Sdo Corazón. A qué alta santidad le llevó esta consciente negación de sus derechos, haciendo vida suya el tercer grado de humildad ignaciano.
Mal va un monje o un monasterio, en el que se desliza el espíritu de rebelión o crítica contra la autoridad.
Hay que ser prudente incluso en recurrir a los superiores mayores, mirando serenamente si merece la pena y la veracidad del recurso. Ya es historia lo sucedido en Val San José con el santo P. Pío. Y a D. Ángel, primer abad de S. Isidro.
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