205.-Enmienda de las faltas.

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Y de esas mismas culpas, corregirse en adelante. (4,58)

S. Benito presenta en este instrumento un segundo fruto que se nace de la práctica del instrumento 57, darse frecuentemente a la oración. Después de llorar las infidelidades, como primer fruto, sigue este de enmendarse.
La oración debe llevar a una resolución. En la oración rendimos nuestros deberes a Dios y expresamos nuestras necesidades con el objeto de ser más fieles. Para ello no basta con lamentar y llorar las infidelidades pasadas. Es necesario que esas lágrimas a la vez que sinceras, sean eficaces, o sea que nos lleven a la enmienda de la vida.
La determinación seria de servir fielmente a Dios evitando todo aquello que es contrario a su voluntad, es un fruto de la oración. Toda oración bien hecha da su fruto. Pero una oración verdadera no es precisamente la que va acompañada de muchas luces y sentimientos, sino la que produce una generosa resolución.
En la oración hay trabajo de Dios y trabajo del hombre. Dios da la luz y la fuerza, nosotros debemos poner la buena voluntad.
Tener un objetivo concreto en la oración, facilita el mantener la atención, ya que reunimos todas nuestras fuerzas en un solo punto, evitamos más fácilmente las distracciones y oramos con más insistencia.
Si no sabemos en concreto el fruto que esperamos de nuestra oración, estamos muy expuestos a permanecer en la vaguedad y caer en la somnolencia.
Si queremos enmendar nuestra vida, no debemos contentarnos con una resolución general de obrar mejor. En el momento de la oración nos sentimos más fuertes, pero si no tenemos una resolución concreta, nos encontraremos muy pronto en el vació.
Un monje que toma en serio su camino de seguimiento de Jesús, tiene que tener una idea fija en el corazón, perseguir sin cesar la adquisición de la virtud o la extirpación de un vicio en concreto que le está estorbando el crecimiento. Esta idea fija es como el alma de su vida. La lleva a todas partes, al oficio, a la lectura, al trabajo. Pero sobre todo en la oración.
Según las circunstancias, modifica esta resolución, la particulariza según las circunstancias de cada día. Si se tiene una idea concreta, se llegará más fácilmente a la corrección de los vicios. Pronto llegarás a la perfección si cada año te enmendares de un solo vicio, dice el Kempis.
Para la corrección de esas infidelidades del pasado que ha llorado, según el instrumento anterior, y para que sea efectiva esta resolución del presente, tiene que ser práctica, humilde y confiada.
Será práctica si esta de acuerdo con nuestras inclinaciones, elegida de antemano. Una resolución que no hemos madurado en la oración, se olvidará muy pronto.
Es necesario también para que sea práctica, que sea factible su observación. Más vale imponernos menos de lo que podemos hacer y cumplirlo con más amor, que cargarnos con pesados fardos que llevaríamos gimiendo y estaríamos dispuestos a dejarlos caer en el camino.
Ha de ser humilde, o sea no confiando en nosotros mismos, no nos suceda como a S. Pedro: “aunque todos te abandonen, yo no”. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los que la custodian.
Finalmente la resolución ha de estar llena de confianza. Esto es, que se fundamente totalmente en el abandono y en el poder de Dios que quiere y puede darnos su gracia.
Esta humildad y confianza se traducirá en una oración insistente y por una generosidad sin límites
A pesar de todas nuestras flaquezas que de ordinario proceden de haber contado solo con nosotros mismos, volveremos a comenzar valerosamente, seguros de la victoria que Dios nos quiere dar.

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