9.-Para que por tu obediencia laboriosa, retornes a Dios del que te habias alejado por tu indolente desobediencia.(Pro.2)
Desde el inicio de la regla, S. Benito manifiesta donde quiere conducirnos. El único objeto de su afán: llevarnos a Dios.
Volver a Dios es el principal fin del hombre en este mundo. Salimos de sus manos, o por mejor decir, salimos de su corazón, ya que Dios es amor y todo en El es amor. Creados por un acto de amor, estamos llamados a volver a El atraído por ese mismo amor.
Las criaturas que nos rodean, las facultades del cuerpo y del alma, los bienes naturales y sobrenaturales, los dolores y alegrías, todo se nos da para que nos lleve a Dios. Si nos apegamos a estas realidades por ellas mismas, en lugar de usarlas libremente para nuestro fin, será nuestra vida inútil, estemos donde estemos. Una sola cosa es necesaria en este mundo: ir a Dios, unirnos a El por medio de la fe, la esperanza y la caridad.
Este es el fin, no solo del monje, sino de todo cristiano. ¿Qué pretendió nuestro Señor al venir al mundo, haciéndose hombre y sufriendo y muriendo en la cruz? Llevarnos a Dios, para esto se encarnó, se hizo obediente hasta la muerte, afrontó todo los trabajos de su vida pública. Para llevarnos a Dios más eficazmente, tomó sobre sí nuestros pecados muriendo en cruz y nos comunicó sus méritos.
Para este fin ha establecido a través de la Iglesia, los sacramentos. Quiere estar con nosotros en la eucaristía. El Hijo del Hombre vino a salvar lo que estaba perdido.
Ha querido mostrarnos el camino que lleva al Padre, y este camino es él mismo. Nadie va al Padre si no es por mí. Yo soy el camino.
Volver a Dios por Jesucristo es como un resumen de nuestra fe. Y esto no se logra, si no es muriendo a nosotros mismos y viviendo para él. Por este camino de la obediencia nos acercamos a Dios cuanto es posible.
Nuestra consagración monástica, la vida regular no son otra cosa que medios para llevarnos a Dios más rápida, fácil y seguramente. Toda nuestra vida monástica: oficio coral, oración personal, lectio, trabajo, estudio, silencio, vigilias nocturnas, no tienen otro fin que llevarnos a Dios. A la claridad de esta luz, tenemos que amar e interiorizar todas nuestras observancias. Para ira Dios tenemos que abrazarnos a ellas, pues si no fuese por este objetivo, nosotros seríamos personas extrañas y raras.
Todas las criaturas nos han sido dadas para llevarnos a Dios, pero no todas no conducen de la misma manera. Hay que saber emplearlas y escoger bien los medios. Por nosotros mismos, somos incapaces de hacer una elección conveniente. Por esto es el mismo Dios el que nos traza el camino de su santa voluntad. Se nos manifiesta en los consejos evangélicos, en las inspiraciones de la gracia y en la obediencia. Y esto es aplicable tanto al seglar como al monje.
Cuanto más queramos acercarnos a Dios, mas fiel debe ser nuestra obediencia.
San Benito llama a este camino de la obediencia laborioso. Realmente es penoso, pues encontramos continuos obstáculos tanto exteriores como interiores. No es posible la unión con Dios sin una lucha dura pues apenas hace Dios oír su voz, elevan la suya nuestros enemigos. Y es un trabajo de toda la vida. Quien quiera venir en pos de mi, niéguese a si mismo tome su cruz todos los días.
Vencidas las primeras dificultades, se presentan otras. La obediencia cuesta siempre. Por no tener esto en cuenta, muchos religiosos se llevan la sorpresa de que creyéndose obedientes, se encuentran con la sorpresa de que les sigue pesando la obediencia.
Pero aunque laborioso, la obediencia es camino seguro. Siguiendo la voluntad de Dios no podemos perdernos. No hay que temer a nuestros enemigos si estamos unidos a la voluntad de Dios, pues así somos todo poderosos. Dios quiere y puede defendernos.
La voluntad de Dios es la manifestación del amor de Dios para con nosotros. Que dulce, es a pesar de los sacrificios que pueda suponer, saber que vamos en los brazos maternales de su santa voluntad, “para que por el trabajo de la obediencia vuelvas a aquel del que te separaste por la desobediencia.” (prologo 2)