8.- Aguza (aplica) el oído de tu corazón. Acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica
(Pro. 1)
S. Benito está indicando el modo como debemos escucharle. Es el modo concreto de vivir nosotros el evangelio. Al decir con el oído de tu corazón, está advirtiendo que se dirige al corazón, no a la inteligencia, ya que el corazón es lo que Dios nos pide y también es el corazón el que de ordinario nos hace extraviar, y por tanto es el primero que debe convertirse, para llevarse detrás las demás potencias.
No se trata de escrudiñar la Regla con las luces de la razón, como los sabios que han discutido su letra, y sus detalles históricos. Puede ser que en otro momento sea interesante, e incluso necesario para mejor penetrar en su espíritu El estudio especulativo es bueno, pero si nos quedásemos en él, no conseguiríamos otra cosa que llegar a ser orgullosos fariseos. Estos conocían hasta las mínimas tildes de la ley, pero según les echa en cara Jesús, ni con un dedo empujaban para cumplirla. Solo era para gloriarse y aplicar a los demás su cumplimiento.
Hay que escucharla en silencio interior, pues si las pasiones, la propia voluntad están agitándose, no oímos al Espiritu Santo.
En las páginas de la regla, escuchadas con el corazón, nos permitirán escuchar lo que la voluntad divina nos pide, la santidad a la que nos llama, el desprendimiento de las criaturas que necesitamos para ser en verdad libres, la propia abnegación para seguir a Jesús, la unión con Dios como única meta verdadera y valedera de nuestra vida. Todo aquello que Jesús nos ha revelado en su evangelio y que nos trasmite S, Benito, enseñándonos a vivirlo en nuestra vocación peculiar.
En segundo lugar tenemos que escucharla con docilidad. S. Benito nos habla con amor de padre. Escuchémoslo con amor de hijos. Oye con gusto las exhortaciones del padre piadoso nos dice.
Pero no es suficiente el acogerla con amor. Es preciso aceptarla y acogerla dócilmente. A este propósito podemos recordar la parábola del sembrador. La semilla de salvación ha de ser acogida en una tierra buena, para que de frutos. Tierra buena es la que no opone obstáculos ni resistencias, ni preocupaciones extrañas. Recibiendo el grano en su seno, pone todo su conato en fecundarlo y hacerlo germinar.
Tenemos el peligro, incluso en el monasterio, de recibir la palabra de Dios en medio de las espinas de las distracciones, de las piedras de los apegos e incluso también de la dureza del borde del camino.
En tercer lugar, con eficaz resolución. No estamos en libertad para dejar infecunda la gracia de Dios que nos llama a su encuentro por este camino. Un día tendremos que dar cuenta de todos los talentos recibidos, los llamamientos divinos, las gracias de que somos objeto. “Si hoy oís su voz, no endurezcáis el corazón.