7.-Escucha… los preceptos. (Pro. 1).
La Regla actualizada por nuestras Constituciones nos enseña como vivir nuestro carisma de monjes cistercienses. Nos marca el camino que tenemos que seguir para ir a Dios. Es para nosotros nuestra única senda. Si no vivimos la Regla tal como nos la presentan nuestras Constituciones, no estamos en el camino de santidad al que nos llama el Señor a través de nuestra vocación concreta de monjes cistercienses.
Para poder vivirla, necesitamos amarla, y para amarla, conocerla profundamente. Si no profundizamos en ella, nos quedaremos en lo áspero y amargo de la corteza. Levantemos la corteza para encontrar el rico fruto que encierra como en una fruta.
En la medida que el espíritu de la regla, nuestro carisma, lo hacemos vida nuestra y observamos los preceptos como espontáneamente es señal de que hemos hecho nuestro su espíritu.
Los preceptos que S. Benito nos exhorta a escuchar, no son solamente normas de S. Basilio, de la RM y de otros Padres del monacato. Son el fruto de su vivencia del evangelio, que su espíritu ha recogido admirablemente en sus largos años de vida monástica. Es por tanto Jesús, como maestro, el que nos habla a través de Benito. “Bienaventurado eres Israel, porque se te han dado a conocer las cosas que agradan a Dios”.
Los preceptos, observancias, reglar como queramos llamarlos son al fin, lo que sabemos agrada a Dios, que espera de nosotros, como una muestra de amor y agradecimiento por su providencia paternal.
Escuchar y meditar la Regla es acercarnos a Jesucristo, para penetrarnos de su espíritu, y conocer su voluntad.
Sería lastimoso que nosotros monjes, pudiéramos afanarnos en conocer todas las novedades de los estudios bíblicos y teológicos, y que descuidásemos el espíritu que anima nuestra Regla. Cuanto más la conozcamos, más la estimaremos y la amaremos.
Bajo la guía de esta Regla han sido innumerables las almas que se han santificado a trasvés de quince siglos, y tiene que ser camino de santificación para todo monje cisterciense hoy día.
La Iglesia quiere que tengamos una Regla, y no nos deja en libertad de rechazarla o aceptarla. La Orden nos ha recibido solo con la condición de que observemos la Regla. Antes de darnos el hábito y la profesión nos ha preguntado si estábamos dispuestos a guardarla.
Descuidar la observancia, además de apartarnos del voto de conversión de costumbres, es también una falta a la caridad para la comunidad, por el mal ejemplo que damos a los hermanos, y el daño a la comunidad. Y esto adquiere una importancia mayor cuando afecta a las características propias de nuestro carisma que se enumeran en la C.3.
Profundicemos en la Regla para más amarla como camino que nos conduce a esa unión con él fin de todo hijo de Dios.