69.- La amistad
Tenga por tanto, igual caridad para con todos, y a todos aplique la misma norma, según los méritos de cada cual, (2, 22)
Al hablar del amor que debemos mutuamente profesarnos, del que hablamos en un capítulo anterior, ya decía que no se trata de una igualdad a raja tabla, sino de no dejarnos llevar de la simple inclinación natural. Hice referencia a S. Elredo y sus tratados sobre este punto.
He aprovechado los momentos libres en La Oliva, para leer algo más sobre S. Elredo. Aunque es una doctrina bastante profunda que necesitaría una amplia explicación, hago una pequeña exposición a continuación.
Toda relación de afecto y a forciori, una relación de amistad, sólo recibe su plena legitimidad en una constante referencia a Cristo, medida (exempla) de todo amor.
Esta verdad fundamental es simplemente sugerida en el “Espejo de Caridad”, pero en el “Tratado de la amistad” aparece de manera constante, y es doctrinalmente apuntalada.
En el libro primero de la “Amistad Espiritual”, Ivo, el monje con el que dialoga Elredo, formula así su pregunta: ¿quisiera saber de manera más amplia cómo esta amistad que conviene que exista entre nosotros, comienza en Cristo, se mantiene en Cristo y halla su meta y es tanto más provechosa cuanto más unida a Cristo?.
Elredo da la respuesta sin ninguna reserva, porque a su parecer, expresa muy bien lo que podemos llamar la sustancia de la amistad.
Responde: “¿se puede decir algo más sublime y provechoso sobre la amistad sino que debe nacer en Cristo, desarrollarse según Cristo y alcanzar su plenitud en Cristo”?.
Y en el libro segundo hay un eco de esto, cuando Elredo al demostrar el encanto de la amistad se apresura a precisar que “todo esto se desarrolla en Cristo y se perfecciona en Cristo”.
En el libro tercero, antes incluso de examinar con detalle cada etapa por la que es preciso hacer pasar a la amistad, Elredo insiste con vigor en la necesidad de dar a esta forma de amor que es la amistad, un fundamento sólido, sobre el cual se puedan poner sus componentes.
Sigue diciendo: “el que quiera subir con paso firme hasta sus altas cimas, debe tener el máximo cuidado en no olvidar los cimientos, y no separarse de ellos”. Este fundamento es el amor de Dios, es decir, el amor que Dios nos tiene, pues si caemos en cuenta de este gran don, no podremos separarnos de El por nada, como les pasa ya de manera definitiva a los bienaventurados.
A este amor se ha de orientar todo lo que el amor o el sentimiento puedan sugerir. Y concluye afirmando que ha de ponerse sumo cuidado en que todos los elementos de la construcción de este edificio espiritual, se adapten bien a este fundamento, reformando lo que se haya desviado de su modelo y corrigiendo sin vacilar todos los detalles en conformidad con el mismo.
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