60.- El abad vicario de Cristo.
El abad que es digno de regir un monasterio debe acordarse siempre del título que se le da, y cumplir con sus propias obras el nombre de superior, porque en efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el monasterio, ya que es designado con su sobrenombre, según lo dice el Apóstol:” habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar: Abba, Padre!” (2,1-3)
Volvemos a este pasaje difícil de la RB. Está clara la afirmación de que el abad hace las veces de Cristo. Y prueba esta opinión porque el abad lleva el mismo nombre de Cristo, ya que afirma que Abba es uno de los nombres con los que se puede nombrar a Cristo. Cosa que es difícil de probar.
Pero lo que realmente resulta inaceptable en toda exégesis es que Cristo sea Padre porque S. Pablo diga: ”Habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar Abba, Padre”.
Que a Cristo se le pueda llamar Padre, lo atestigua gran cantidad de textos de la época patrística. Lo prueban con diversos argumentos de variada solidez. Cristo recibe el nombre de Padre, por ser el nuevo Adán y por ser esposo de la Iglesia, por ser maestro de los cristianos.
El citar el texto de Rom. 8 15: ”Habéis recibido el espíritu de adopción filial, que nos permite gritar Abba, Padre”, aunque tenga precedentes en la literatura patrística, no estuvo nada inspirado en su elección en este párrafo.
Probablemente basado en el arameo donde abba significa Padre, se ha fijado en este texto. Pero el Abba a quien clamamos, según Rom 8, 15, es el Padre, no el Hijo. Y fue el Hijo el primero que nos enseñó a llamar Abba al Padre. Y Cristo, al afirmar que Dios es Padre, está diciendo que él es Hijo. Y porque estamos incorporados al Hijo, somos hijos de Dios,” y si somos hijos somos también herederos, herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom. 8 ,16-17)
Sin duda la fe de S. Benito, como la del Maestro era irreprochablemente ortodoxa. Se ha podido escribir sobre su devoción a la Trinidad. Aparece una referencia expresa a la obra del Espíritu Santo en el momento culminante de la Regla (7, 70). Su cristología con frecuencia resulta excesivamente unilateral.
El Cristo humano queda bastante a la sombra. Llamando Padre a Cristo, reacciona probablemente contra la tendencia de considerar al Hijo inferior al Padre, divulgada por el arrianismo popular de su tiempo, en un cuidado extremo de salvaguardar la divinidad de Jesús.
No da ninguna oportunidad para considerar a Cristo como hermano de los monjes. Y sin embargo es como hermano y nunca en calidad de Padre como se nos presenta Jesús en el NT. Los textos son claros y numerosos. (Mat 25, 40; Jn.20, 27)
Esta parcialidad cristológica de la RB acarrearía graves consecuencias, al hacer al abad vicario, no del Cristo-hermano, sino del Cristo-Padre. Este mismo hecho lo eleva de un nivel humano y fraterno que Cristo adoptó, a un plano superior, excelso, casi divino.
Cierto que repetidas veces le recuerda al abad su carácter de lugarteniente, su condición de hombre pecador, etc. Pero la distancia entre el abad y los monjes queda consagrada en la RB.
Es difícil imaginar al abad benedictino como un S. Pacomio, sirviendo fraternalmente a la comunidad con una entrega y humildad no solo interna, sino también externas.
A través del tiempo se irá comparando al abad con el Pater-familias romano con poder absoluto, a un señor feudal espiritual y guerrero al propio tiempo. Un principesco prelado barroco, un padre abad idealizado y románticamente supervalorado en la restauración monástica del siglo XIX. Son distintas encarnaciones a través de la historia de la idea original. Cierto que las trasformaciones se debieron a circunstancias socio-políticas cambiantes.
El hecho de mantener al abad a través del todo el proceso evolutivo en un plano notabilísimamente superior al de los monjes, tiene su origen en la misma regla benedictina.
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