41. Compartir el Reino.
-Para podamos compartir con él también su reino. (50)
Porque Jesús fue obediente hasta la muerte, por esto Dios Padre lo exaltó, siendo su Pasión la causa de su glorificación. De igual modo nosotros seremos premiados si sabemos sufrir con él.
¿Que entendemos cuando meditamos y reflexionamos sobre las bienaventuranzas? Bienaventurados los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los que sufren persecución, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Si, reinaremos con Cristo, si sufrimos con El. Si compartimos su pasión, compartiremos su gloria. Así exhorta S. Pablo. Ante las tribulaciones, la certeza de la gloria.
Cristo será nuestra recompensa y se nos comunicará en la medida que nos entregamos a él en este mundo. Por eso la Sma. Virgen ocupa en el Reino el primer lugar, porque participó más que nadie de la cruz de su Hijo.
Quien le ha seguido más de cerca por el camino del Calvario, estará más cerca de él en la gloria.
Aprovechemos el dolor, que es la herencia de los hombres en esta tierra de pecado, y del que nadie puede evadirse, para que participando de la pasión de Cristo, merecer su gloria.
S. Benito quiere que el monje ya desde el mismo inicio de la lectura de su regla, tenga la mirada puesta en el reino de Cristo, en el Cielo. Si nos ha exhortado a no desviarnos del magisterio, perseverando en la recta doctrina y en el monasterio, participando de la pasión de Cristo, es para que pueda compartir con él su reino, el Cielo.
¿En qué consiste? Jesucristo lo define así. “esta es la vida eterna, que te conozcan a ti único Dios verdadero y a Jesucristo tu enviado”. La vida eterna a la que estamos llamados, consiste en unirnos a Dios.
Veremos a Dios y con una felicidad tan grande que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni el corazón del hombre puede imaginar. La felicidad es tan grande que el mundo entero es nada en su comparación.
S. Agustín dice como en el Reino eterno se vive una perenne fiesta, no es transitoria. Y tal es esta fiesta que no tiene principio ni término como las humanas.
Cualquiera que tenga un poco de fe, experimenta el deseo del Reino. Aquí más que vivir, vegetamos. El Reino es la verdadera vida. Aquí el comercio con el mundo y sus vanidades, llenan el corazón de fastidio. El Reino es la vida desprendida de los sentidos en unión con Dios.
El monje debe ser un hombre que debe tener sus ojos fijos en el Cielo. Busca a Dios y allí encuentra la unión más íntima con El. El amor de de Dios es el que inflama nuestro deseo. Cuanto más se le ama, mayor es el deseo de amarle, verle, poseerle.