39.-No abandonar el camino.
No abandones enseguida, sobrecogido de temor el camino de la salvación que necesariamente a de iniciarse con un comienzo estrecho, mas el al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios. (48,49)
Con estos dos últimos párrafos se cierra el inciso introducido por Benito, que suaviza la visión austera de la escuela que presenta la RM.
Benito vuelve al uso de “tu” cariñoso y alentador:”No abandones enseguida sobre cogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente en los comienzos ha de iniciarse con estrechez.”
Puede sorprender la última frase. Es incuestionable que el prologo alude en este párrafo a Mat 7, 14 “que angosta es la puerta y estrecho el camino que lleva a la salvación”. Jesús no dijo que el camino se ensanchara, pero lo que se ensancha en la medida que se adelanta es el corazón. Y ya no se anda, se corre por la vereda de los divinos preceptos como asegura Benito apoyándose en el salmo 118.
Esta idea es muy corriente en los autores espirituales anteriores a Benito. El amor en la medida que crece facilita más el camino hacia Dios. Pero entre los textos paralelos que podríamos citar del mismo Benito, ninguno tan expresivo como el que ofrece el final del cap. 7. “Coronada la escala de la purificación espiritual, cesa la observancia temerosa y angustiada de los preceptos divinos, para guardarlos en adelante sin esfuerzo, como instintivamente, y por costumbre. No por miedo al infierno, sino por amor a Cristo y una santa connaturaleza y por la satisfacción que las virtudes producen por sí mismas.” El corazón se ensancha y se corre por el camino de los mandatos.
Con un inenarrable amor, añade S. Benito al versículo del salmo, poniendo en esta frase un acento místico y aludiendo tal vez a cierta experiencia personal de Dios.
¿Hay que relacionar directamente esta dulzura de un amor inenarrable con el verbo correr, o con el corazón ensanchado? Ambas interpretaciones son aceptables, pero con todo parece que S. Benito atribuye la dilatación (dulzura) del corazón a la intensidad del amor. Ese amor que según S. Pablo, inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que Dios nos ha dado. (Rom. 5,5)
Esto concuerda con la mencionada frase del cap. 7 en el que se atribuye al Espíritu la radical trasformación que experimenta el monje llegado a la cima de la escala de Jacob. Esto es, a la caridad perfecta.
S. Benito tiene presente al redactar este párrafo a los monjes débiles para animarlos.
“No abandones sobrecogido de temor”. Estas palabras son como un eco de lo que dispondrá en el cap. 64, recomendando al abad que obre de tal modo en todo, que “los débiles no se desanimen” La “huida” de los débiles debe ser evitada por medio de la discreción del superior y los ánimos recibidos de los hermanos. (H. Antonio)
A estas consideraciones objetivas, junta Benito otras subjetivas. Al principiante asustado le muestra que el camino de la salvación tiene que ser necesariamente estrecho al comienzo.
Esto nos puede sorprender, ya que en el evangelio no habla de un comienzo estrecho, sino de todo un camino estrecho. Pero astutamente, Benito limita el camino estrecho a sus comienzos.
Esta interpretación optimista se explica por la frase que dice a continuación. Si el camino parece que se amplia en la medida en que se avanza, no es que deje de ser estrecho, sino porque el corazón del que camina, se dilata. Se trata una dilatación interior, tal como lo sugiere el salmo 118.
Para Hilario, al que sigue Ambrosio, esta dilatación se produce por la fe y por la inhabitación de Dios. Ambos tienen en la mente la inhabitación divina anunciada por 2Cor. 6,16.
¿Cuál es la “dilactatio” (ensanchamiento) de que habla S. Benito? No es el pensamiento de Hilario o Ambrosio, que acabamos de señalar, sino más bien el de Agustín. Comentando S. Agustín este versículo del salmo opone la estrechez del temor a la dilatación del amor.
Esta “dilactatio” del corazón es dilatación de la justicia, o dicho de otro modo de la caridad. Esta interpretación está más próxima al pensamiento expuesto por Benito.
S. Agustín no hace mención al camino estrecho. Aunque no dice nada del comienzo, su explicación del corazón dilatado es intelectualista. Quien realiza esta dilactatio es la ciencia, la luz de la verdad, el conocimiento de la virtud, la fe ortodoxa.
Podemos observar que el pensamiento expuesto por Benito, están ya en otros autores anteriores. Con Hilario, Ambrosio y Casiodoro, opone la dilatación de corazón a la estrechez del camino y con estos mismos autores menciona la fe, pero en un sentido diferente.
En cuanto al papel de amor, S. Benito se apoya en S. Agustín para afirmar su eficacia en esta dilatación del corazón.
Hay que precisar que S. Agustín atribuye formalmente al Espíritu Santo la efusión de la caridad en los corazones. Es Dios quien dilata los corazones por medio de la gracia. Sin embargo, Benito no dice nada de la presencia de Dios en esta operación. Quizás la sobriedad de este párrafo es la responsable de esta laguna. Pero en cierta manera es compensada por el acento místico del “con inenarrable” que hace pensar en la presencia de Dios.
Este itinerario de un comienzo penoso que da lugar a un feliz caminar posterior es doctrina común de los Padres antiguos que se expresan en los mismos términos. Pseudo-Macario. Gregorio de Nisa, Diodeco de Fotide, Cesáreo de Arles, por no citar nada más que a los más importantes. Difieren cuando explican las causas por las que el camino se hace fácil. Macario por el socorro de la gracia y la energía del espíritu, Gregorio añade el amor, ágape, Diodoco menciona la gracia y el hábito de la virtud, lo mismo que Cesáreo. Jerónimo y Agustín también prometen la facilidad en el esfuerzo, gracias al amor de Cristo.
Como vemos, este pensamiento expresado en el prólogo de la RB es corriente entre los maestros espirituales anteriores.
Dejando de lado lo que podemos llamar consideración técnica de estos párrafos, vamos a lo práctico, a la implicación personal. Podemos considerar como S. Benito, advierte que no tenemos que asustarnos ni huir las asperezas de la Regla, sino abrazarlas con gusto y espíritu de fe.
No tenemos que asustarnos y huir, “sobrecogidos de temor” traduce P. Iñaki esta frase de Benito. El miedo engendra la flaqueza y el desaliento. Aumenta en la imaginación las dificultades, pone ante nuestra consideración una interminable serie de sacrificios que creemos superiores a nuestras fuerzas.
Como es natural, nos persuade que jamás llegaremos al fin, pero nosotros debemos mirar todo esto con unos ojos de fe. Considerando que la vida es corta y por lo tanto la prueba breve, si lo comparamos con lo que el Señor nos promete: ciento por uno en esta vida y después la eterna…
No sólo no debemos huir aterrorizados, tampoco debemos evitar las asperezas de la vida monástica. Nos privaríamos de la mejor parte de nuestra vocación y de la que solo disfrutaremos con una entrega total al Señor.
Tratar de evitar todo aquello que cuesta, es no querer corregir nuestros vicios y malas inclinaciones de una manera eficaz y será también causa de que el fervor se apague.
Las asperezas y rigores se pueden evitar de diversas maneras. Rechazarlos voluntaria y advertidamente llevaría consigo una mala voluntad. Un proceder así se encuentra ya fuera del camino de salvación
Pero cuantos fútiles pretextos para legitimar aquello que nos gusta y que está fuera o incluso contra el espíritu monástico cisterciense. No solo no se debe evitar, sino abrazarse con ardor, esto es con prontitud, todo aquello que es la voluntad de Dios sobre nosotros.
Si nos entregamos sin reserva a todo aquello que pide nuestra vocación: soledad, silencio, obediencia, trabajo, caridad, oración, etc. el Señor nos hará gustar sus gracias, pues no se deja ganar en generosidad y nos concederá la gracia de ser verdaderamente monjes, hijos de S. Benito verdaderos discípulos del Crucificado.