17.-El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Y ¿qué dice? Venid hijos escuchadme, os instruiré en el temor del Señor. Daos prisa mientras tenéis la luz de la vida, antes que os sorprendan las tinieblas de la muerte. (11-13)
S. Benito, a la exhortación del salmo 94, que ayer comentábamos une esta cita del 33. “Venid hijos, oídme, os enseñaré el temor del Señor”
Dios no se ha despreocupado de nosotros abandonándonos a nuestra suerte en este mundo. Terminada la primera creación, emprende la segunda, o sea la formación del hombre nuevo en nosotros.
El Señor conoce nuestra fragilidad, nuestra miseria y limitación, quiere ponernos en buen camino, dirigirnos y sostenernos y por ello quiere ser nuestro padre amoroso. “Venid hijos, escuchadme”. Esta invitación nos recuerdan las palabras de Jesús:”Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, que yo os aliviaré”. Yo soy la luz, el que me sigue no caiga en tinieblas. Quiere llevarnos a nuestra trasformación en hombres nuevos, en hijos de Dios por el camino más rápido, más recto y más dichoso.
¿Cómo nos hará conocer su voluntad? No ciertamente haciendo oír su voz desde el cielo, ni enviando un ángel para guiarnos por el camino verdadero. Nos conduce por medios humanos, la regla, las constituciones, las enseñanzas del magisterio, las inspiraciones de la gracia en nuestro corazón. Incluso a través de los acontecimientos diarios, grandes y pequeños, naturales y sobrenaturales, agradables y penosos…todo cuanto nos sucede está dirigido por las manos providentes del Padre. “Ni un gorrión cae en tierra sin su permisión” Nos podemos preguntar ¿creemos esto de verdad? Todo lo permite para nuestra transformación.
Atento a nuestras necesidades, en el momento oportuno nos envía luces, aliento, consuelo o sequedad, enfermedad, tentación, tedio. A través de todos estos acontecimientos, está la mano de Dios. Aceptándolas con fe, nos despojarán de nuestros más íntimos apegos, que sin saberlo nosotros y a pesar nuestro llama a nuestro corazón.
Para ser dóciles a la Providencia, podemos tener en cuenta estos medios:
1º, teniendo abiertos los ojos de la fe, para ver esta mano paternal de Dios que trabaja para nuestro bien. Si nos fijamos solo en la criatura, vegetaremos arrastrados por los variados acontecimientos, de los que quedamos como esclavos.
2º.- Poniéndonos en las manos de Dios persuadidos de que su voluntad sabia y poderosa es omnipotente, aún en las cosas que nos parecen más contrarias a nuestro progreso espiritual. Persuadidos firmemente de que siempre permanecerá fiel y multiplicará sus gracias, si nosotros le guardamos recíprocamente fidelidad.
– 3º No rehusando nada a Dios, haciendo cuanto nos está pidiendo por los medios más variados por los que manifiesta su voluntad. Si la cruz fuese pesada, tomemos las palabras de Jesús: “pase de mi este cáliz”, pero añadamos como Jesús:”No se haga mi voluntad, sino la tuya.
Para motivarnos en la fidelidad a la gracia, S. Benito nos recuerda a continuación la brevedad de la vida:”Corred mientras tengáis la luz de la vida, no sea que os alcancen las tinieblas de la muerte”.
Esto nos recuerda el valor del tiempo. Cada instante es un momento de gracia, o perdido para siempre. Si de algo nos pudiéramos arrepentir en el cielo, sería del mucho tiempo que hemos perdido y que con tanta facilidad podría haber sido ocasión de gracias.
Estamos caminando hacia el fin del año. Esta circunstancia nos puede hacer reflexionar de la rapidez vertiginosa que lleva el tiempo.
Por otra parte, no sabemos cuanto tiempo aun nos falta. Misteriosa incertidumbre que nadie puede resolver, y que tiene que ser motivo de estímulo, para aprovecharlo debidamente. Con la muerte se apagan todas las luces humanas. Pasó el tiempo de la vida, no volverá jamás.
Tengamos presente exhortación de S. Benito, que a su vez toma de Jesús:”Corred mientras tengáis la luz de la vida” (Juan 12, 35)