12.- Al comenzar cualqura buena, pídele con insistencia con oración insistente y apremiante, que él la lleve a término. (Pro. 4)
La primera recomendación que hace S. Benito a quien se alista a las milicias de Cristo, es no comenzar ninguna obra buena sin antes haber orado. Es una recomendación que hace el Señor. “Es necesario orar siempre”. Llevar esto a la práctica, bien sabéis que ha sido siempre el intento de la vida monástica, buscando el mejor modo de cumplirlo.
No basta que el soldado de Cristo tenga una armadura omnipotente y gloriosa. Hay que tener también fuerza para combatir. Y es en la oración donde alcanzamos estas fuerzas.
Nada podemos sin la gracia. La necesitamos para tener un buen pensamiento, necesitamos la gracia del Espíritu Santo para pronunciar el nombre de Jesús, para tomar una resolución santa y querer el bien.
Con mucha más razón, necesitamos la gracia para caminar hacia la santidad, combatir al hombre viejo. Perseverar en la vocación, que es mucho más que perseverar en el monasterio.
Con la gracia lo podemos todo:”Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Este es un segundo principio de fe que debemos creer firmemente, como la existencia de Dios.
Dios nos exige una confianza sin límites en su gracia. Por grandes que sean las culpas, aunque sea muy pronunciada la tibieza actual, la cobardía, el horror al sacrificio, la insensibilidad, la violencia de las tentaciones… nada de esto es obstáculo para renovarse y caminar hacia la santidad. Con la gracia todo se puede superar. Para obtener esta gracia, es necesario orar.
Dios quiere darnos su gracia, pero nos exige que se la pidamos, que le busquemos, que llamemos a la puerta de su corazón. Todo el que pide recibe. Todo el que busca halla y al que llama se le abrirá la puerta.
Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre, se os dará. Si pedimos la gracia para obrar bien, al comienzo de cualquier obra, dice S. Benito, seguro que la alcanzamos. Si vosotros, siendo malos, dice Jesús, dais a vuestros hijos lo que os piden, cuanto más dispuesto estará vuestro Padre celestial a daros el Espíritu Santo, si se lo pedís.
S. Benito también indica las condiciones que ha de tener nuestra oración:
Continua, es necesario orar siempre y no desfallecer. Por eso invita a orar antes de cualquier obra que emprendamos.
Pura, en su objeto, pedir el bien verdadero. Las gracias necesarias para cumplir con nuestro deber. Ni la vida, ni la salud, ni la estimación ni el éxito, ni los consuelos espirituales, son bienes absolutos.
Apremiante. Oración insistente y apremiante, dice el prólogo. Dios quiere ser importunado con nuestras peticiones. Y será apremiante nuestra oración, si tenemos deseos ardientes de las virtudes, de la gracia. El mendigo que verdaderamente tiene hambre sabe muy bien inspirar compasión. Cuando algo no nos interesa, no lo pedimos con insistencia. Nuestra oración será insistente, si estamos convencidos de nuestra miseria y de nuestra flaqueza ante las dificultades. Si dudamos de la bondad de Dios para con nosotros, muy floja será nuestra oración.
La contemplación de Jesús orando será la mejor exhortación a la oración, el mejor camino para aprender a orar. Jesús cargado con las lágrimas y los gritos de toda la humanidad. Lo encontramos muy cerca de nosotros, de todos los hombres. No podremos estar en oración, sin compartir su sufrimiento. “El cual habiendo ofrecido en sus días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas, al que podía calibrarle de la muerte” (Heb. 5,7)
Es tan misericordioso que refleja el sufrimiento de Dios de cara a todos los enfermos y pecadores. Por eso lleva ante el Padre su grito y su angustia. Se ha revestido con la vestidura de nuestros sufrimientos, y se ha hecho pecado para suplicar e interceder a favor nuestro. Ha querido compartir las dudas y tinieblas, él, el hijo muy amado del Padre. Ha podido preguntarse en algún m omento si no era el rechazado, el excluido. Contemplémosle en Getsemaní, orando para que el cáliz se aparte de él. En la cruz clama ante el Padre:”Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Jesús se encuentra sumergido por las olas, como dicen los místicos, toca el punto abismal de toda angustia humana. Puede decir con verdad:”desde lo más profundo grito a ti, Señor, escucha mi clamor.”
S. Benito, sin nombrar a Jesús, nos está poniendo en contacto con la oración de Jesús. Dejemos que la oración de Jesús, resuene en nuestro corazón, así también brotarán en nosotros los gemidos inefables del Espíritu.
Un modo de entender y vivir esta oración continua la podemos encontrar en el comentario que S. Agustín hace sobre el salmo 37.
Comentario al salmo 37.- Los gemidos de mi corazón era como un rugido, por S. Agustín.
Hay gemidos ocultos que nadie oye. Sin embargo, si la violencia del deseo se apodera del corazón de un hombre es tan fuerte, que su herida interior acaba por expresarse con una voz más clara. Entonces se busca la causa y uno piensa para sí” Quizás gima por aquello, y fue aquello lo que me sucedió” Y ¿Quién lo puede entender sino aquel a cuya vista y a cuyos oídos llegaron los gemidos? Por eso dice: los gemidos de mi corazón eran como rugidos, porque los hombres si por casualidad se paran a escuchar los gemidos de alguien, las más de las veces solo oyen los gemidos exteriores, y sin embargo no oyen los gemidos del corazón.
Y ¿Quién iba a poder interpretar la causa de mis gemidos? Por eso añade: Todo mi deseo está en tu presencia. Por tanto no ante los hombres que no son capaces de ver el corazón, sino que todo mi deseo está en su presencia.
Que tu deseo esté en su presencia y el Padre que ve en lo escondido, te atenderá.
Tu deseo es tu oración. Si tu deseo es continuo, continua es también la oración. No en vano dijo el Apóstol:”Orad sin cesar”. ¿Acaso sin cesar nos arrodillamos, nos prosternamos, elevamos nuestras manos, para que pueda afirmar, orar sin cesar?
Si decimos que solo se puede orar así, creo que es imposible orar sin cesar. Pero existe otra oración interior y continua, que es el deseo. Cualquier cosa que hagas, si deseas aquel reposo sabático, no interrumpes la oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo.
Tu deseo continuo es tu voz, es decir tu oración continua. Callas cuando dejas de amar. ¿Quienes se han callado? Aquellos de quien se ha dicho: Al crecer la maldad se enfriará el amor en la mayoría.
La frialdad en el amor, es el silencio del corazón. El fervor del amor es el clamos de corazón. Mientras la caridad permanece, estás clamando siempre. Si clamas siempre, deseas siempre, y si deseas te acuerdas de aquel reposo.
Todo mi deseo está en tu presencia ¿Qué sucederá si delante de Dios está el deseo y no el gemido? Pero ¿como puede ocurrir esto, si el gemido es la voz del deseo?
Por eso añade el salmo, no se te ocultan mis gemidos. Para ti no están ocultos, sin embargo para muchos hombres lo están. Algunas veces el humilde siervo de Dios afirma: no se te ocultan mis gemidos. De vez en cuando puede advertirse que también sonríe el siervo de Dios. ¿Puede acaso decirse que por su risa murió el deseo? Si tu deseo está en tu interior, también lo está en el gemido. Quizás el gemido no llega siempre a los oídos del hombre, pero jamás se aparta de los oídos de Dios