11.- A ti, pues se dirigen mis palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus propias voluntades esgrimir las potentísimas y gloriosas armas de la obediencia, para servir al verdadero Rey Cristo el Señ(Pro. 3)or.
En estas palabras de S. Benito podemos ver como una definición o descripción de la vida religiosa. Están calcadas en las palabras de Jesús cuando dice: “niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
El monje quiere hacer suyas las preferencias de Jesús que están bien claras en su persona. Es el Siervo de Yahvé, obediencia, hasta la muerte en cruz.
No podemos tener como proyecto de vida el seguimiento si no hacemos nuestras las preferencias de Jesús. Esta renuncia no es una realidad ascética, sino una espiritual, mística. En el fondo, de lo que se trata es que uno descubra la sabiduría de la cruz, como camino de libertad y de amor.
La negación propia es la primera condición que pone Jesús al que quiera seguirle. Lo importante es el seguimiento, el estar con él. La negación es el camino para poder alcanzar ese fin. La vida religiosa no es otra cosa que una entrega total de sí mismo por amor, para estar con él.
La entrega de si mismo, lleva consigo la negación de la propia voluntad. Todo en la vida religiosa, son medios para alcanzar ese perfecto desprendimiento que posibilita estar libres de obstáculos para la unión con Dios, nuestro fin último.
El desprendimiento ha de ser completo. Dios nos ha dado el libre albedrío. Permite que usemos de él según nos parezca, y nos deja el poder de usarlo bien o de abusar. Y esa libertad está en manos de la voluntad.
Regulando y aprovechando la voluntad para obedecer a Dios, adquirimos méritos en esta vida y recompensa eterna en la otra. Pero puesta la voluntad entre los instintos de la concupiscencia, que desea su propia satisfacción y los deseos de Dios, su gloria y la santificación, puede y debe escoger entre la vida y la muerte.
Como está iluminada débilmente por una inteligencia oscurecida e inclinada al mal, la voluntad se encuentra en grave riesgo de no buscar los intereses de Dios ni de los del prójimo, sino buscarse solo a sí misma. Para evitar este mal, el religioso se da por completo por medio de los votos.
Esta donación es de todos los días. Por la profesión, nos hemos entregado del todo y para siempre, y tenemos que vivirla continuamente en todos los detalles de la vida. Este es el combate de la vida religiosa.
La razón de esta lucha perpetua es por que la propia voluntad no podemos aniquilarla mientras vivamos.
Tenemos unos enemigos encarnizados, que quieren impedir nuestro seguimiento de Cristo, y no dejan de hacerlo con mayor o menor intensidad mientras vivamos.
Por esto, S. Benito describe la vida del monje como una milicia, (servicio), donde se aprende a luchar. Los numerosos enemigos, cuanto más unidos al Señor nos vean, más nos combatirán. Pero nada pueden si la voluntad no se pone en convivencia con ellos. La Imitación de Cristo da este sabio consejo;”Tanto más adelantarás, cuanto más violencia te hagas”
En toda esta lucha tenemos que resaltar sobre todo el aspecto positivo. Que Jesús nuestro verdadero Rey, nos llama a este combate asegurándonos que estará juntamente con nosotros en la lucha. Nos ha precedido en el combate. Se ha humillado, se ha hecho obediente hasta la muerte de Cruz. Nunca hizo su propia voluntad, sino la del Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”
Nos promete una victoria segura si combatimos con él. Nos promete una eterna recompensa, y quiere hacernos partícipes de su gloria en el cielo. Somos soldados de Cristo en combate como él. La meditación ignaciana de Cristo verdadero Rey que llama, puede ser el mejor comentario a este punto del prólogo de la regla.