10.-Para que por t u obediencia laboriosa, retornes a Dios del que te habías alejado por tu indolente desobediencia.
(Pro. 2)
Un día más nos detenemos en este segundo párrafo del Prólogo. Hunde sus raíces en S. Agustín. Dice en la Ciudad de Dios. “para que volvamos a aquel del que nos habíamos apartado por el pecado. Y S. Cipriano también tiene este pensamiento cuando dice “los pecadores llamen a la Iglesia, para que puedan ser recibidos donde estaban y así volver a Cristo del que se habían apartado.
También encontramos en la tradición monástica anterior a S. Benito, en la Regla de los Padre, que designa a la obediencia como “labor” trabajo.
Podemos considerar cómo la propia voluntad cuando es contraria a la divina, nos sustrae del dominio de Dios. El problema de la libertad que está relacionado con la propia voluntad. Está muy presente en las corrientes de antropología filosófica actuales, y nos pueden ocasionar valoraciones equivocadas de la libertad, como una manifestación de la propia voluntad.
En la GS encontramos los rasgos antropológicos que dimanan de un estudio filosófico – teológico del hombre. El primero es que el hombre se define, “es” como libertad.
“La verdadera libertad es señal eximia de la imagen de Dios en el hombre”. La libertad por tanto no es un simple atributo del hombre. Es su misma esencia. No tiene libertad como puede tener otra cualidad. El hombre “es” libertad.
Pero la búsqueda de la libertad es muchas veces equivocada, contraria a su proceso de hominización, quedando esclavo de sus pasiones, de sus impulsos internos equivocados, su propia voluntad. “Muchas veces la fomenta de un modo depravado, concediéndose licencia para hacer cuanto le agrada aunque sea malo”.
Desde la fe, sabemos que Dios nos ha creado, los bienes que gozamos, son un don suyo, pero no somos propietarios de esos bienes para que los utilicemos a nuestro capricho. Somos criaturas suyas, que le pertenecemos y no podemos dejar de pertenecerle. Por tanto, nuestra voluntad, como todas las demás facultades, debe servir a Dios. No puede usurpar el derecho de guiarse por sí misma. De hacer lo que le agrada independientemente del plan de Dios. Tanto más cuanto la voluntad de Dios sobre nosotros, es la de un padre amoroso, que dispone todo para nuestro bien.
Y no obstante, nuestra voluntad puede apartarse de esta voluntad de Dios. Proclama su libertad y pretende ser dueña independiente de sus actos. Dispone de sí misma y de todas las otras facultades humanas, como si solo a su voluntad le pertenecieran.
Por estos rasgos podemos comprender, como aleja de Dios obrando con independencia y en contra de la voluntad de Dios. Y como tiene que ser doloroso este proceder para el corazón de un padre, ver al hijo, que desconfiando de la bondad del padre, busca por otros caminos satisfacer sus deseos, buscar su felicidad.
Además de sustraernos del dominio divino, nos priva de las gracias de Dios. Cuando nuestra libertad no la tenemos unida la de Dios, perdemos sin remedio el tiempo; sin recompensa en la otra vida, ni plena satisfacción en esta. Todo inútil.
Ni un solo consuelo divino acompaña a los actos de la voluntad separada de Dios. Ni una sola gracia recae sobre ellos.
Estamos hechos para Dios, para unirnos a El, y la felicidad consiste, en que negándonos a nosotros mismos busquemos ante todo su voluntad. Esto supone con frecuencia la abnegación. “Labor” ha llamado S. Benito a la obediencia. Pero no es un trabajo inútil o infecundo. Florece este sacrificio, en bienes tanto espirituales como materiales.
De aquí los descontentos, murmuraciones de aquellos que no quieren negarse para seguir a Cristo. Es algo que la experiencia lo demuestra, por desgracia, con frecuencia, lo descontentos, no son felices, ni humana ni espiritualmente.
Por último, la propia voluntad no separa de Dios mismo, nuestro bien soberano, “del que te apartaste”, dice S. Benito. Nos podemos alejar, poco a poco, insensiblemente de la voluntad divina. San Bernardo decía:”Cese la propia voluntad, y no habrá infierno”.
Resumiendo, la propia voluntad es la enemiga de Dios porque le priva de la gloria de que debía darle, y la enemiga del hombre, puesto que le priva de Dios que es el soberano bien, cuya posesión constituye su dicha en este mundo y en el otro.