57.-El abad en la Regla Benedictina.
En la economía salvífica actual, Cristo se hace presente en manifestaciones humanas, es lo que llamamos presencia sacramental. En la comunidad se hace presente a través del abad. Todo ser puede ser sacramento, es decir presencia salvífica de Cristo. Pero como cabeza del cuerpo de la iglesia, lo hace a través de siervos suyos que representan a Cristo. En la comunidad es a través del abad.
Por esto deberá tratar de despojarse de sí mismo, para orientarse hacia Cristo, que es el padre de todos y de cada uno.
Esta paternidad del abad benedictino sobre su comunidad no puede parecerse a una tutela sobre menores de edad. El abad-sacramento de la paternidad divina, deja intangible a todo monje toda su libertad y responsabilidad personal. Es padre, pero de adultos. Esto no se opone a que de autorizaciones, normas, dirija, exija…Estas diversas maneras de actuar son las diversas maneras de reemplazar a Cristo y de servir a los hermanos.
La verdadera paternidad es servicio. Jesús vino a servir y a manifestar la paternidad de su Padre siendo entre nosotros un servidor. El Concilio lo recuerda a los Obispos. En el “Christus Dominus” dice:”en el ejercicio de su ministerio de padre y pastor, los obispos serán en medio de los suyos el que sirve”. Esto está en perfecto paralelismo con el cap. 64 de la RB.
Por esto, el cargo abacial y la persona que lo desempeña son de mucha importancia y trascendencia en el monasterio benedictino. La RB no se limita sólo en este capitulo describir como debe ser el abad, sino que insiste mucho más en este tema en el cap. 64. Parece que se complace en esbozar con mayor precisión y firmeza los rasgos y figura del padre del monasterio. Ambos directorios están redactados en términos tan pondenrados acendrados y llenos de unción que difícilmente se hallará en la literatura cristiana de tipo didáctico nada que los supere en sabiduría y belleza.
Pero no solamente en estos capítulos se ocupa del abad, sino que lo hace en todo lo largo del texto con continuas referencias a sus deberes, sus poderes, a sus derechos, a sus virtudes. No deja de darle normas de gobierno, de exigirle cualidades. Así el cap. 27 está dedicado íntegramente a inculcar la solicidud con la que debe atender a los monjes caídos o excomulgados.
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