51.-Rasgos del sarabaíta.-
El tercer género de monjes…es el de los sarabaítas. Estos se caracterizan según lo enseña la experiencia, por no haber sido probados como el oro en el crisol, por regla alguna, al contrario, se han quedado blandos como el plomo. Dado su manera de proceder, siguen todavía fiel al espíritu del mundo, y manifiestan claramente por su tonsura, que están mintiendo a Dios. (6-7)
Dejando de lado la más o menos razón que tuvieron Jerónimo y Casiano, como la RB en juzgar al sarabaíta y presentarlo, podemos ver las realidades que encierra su pensamiento.
El sarabaíta tal como lo presenta RB es un monje desnudo de espíritu religioso. De monje solo tiene el hábito.
Nosotros, cenobitas, y viviendo en comunidad, podemos degenerar, sin salirnos de nuestra vida, en un espíritu sarabaíta, e incluso de puede llegar a esto con bastante facilidad y presteza.
La primer nota que RB señala es la falta de prueba por una regla, no ha sido formado en la disciplina no ha soportado ninguna prueba necesaria para la inmolación del hombre viejo. Es lo mismo que era antes de ser monje.
En el monasterio tenemos una regla que nos guía para descubrir la voluntad de Dios. Sus orientaciones no están hechas por capricho, sino con la experiencia de siglos. Su finalidad es formar en nosotros la imagen de Cristo. Pero esto no puede realizarse, sino aceptemos su acción.
Si buscamos como esquivar los puntos que nos duelen, descuidamos lo que juzgamos minucioso, nos sustraemos a su efecto trasformador. Y con el paso de tiempo, la interpretación se irá ampliando y encontraremos el modo de evitar todo lo que nos desagrada. Con este proceder, se neutraliza todos sus efectos saludables. Y así después de años en el monasterio, podemos ser iguales que éramos cuando ingresamos.
Otra señal es que se descuida el combate de los vicios, y no sólo queda uno como cuando ingresó, sino que puede ser aún peor, por no tener el ánimo necesario para hacer los pequeños sacrificios y evitando todo lo que pueda doler. Y menos ánimo aún para combatir los vicios que son la causa de las infidelidades.
El monje que descuida sus obligaciones, nunca hará creer que combate seriamente sus defectos. Ni siquiera piensa en ellos. ¿Que sucede entonces? Lo que necesariamente sucede a la naturaleza que no sufre violencia alguna. Cada día se hace más exigente y desarreglada, blanda como el plomo, se deja llevar de las influencias exteriores, esto es, de las tentaciones, sin resistencia, y el alma del monje se hace insensiblemente esclava de los vicios, y esto sucede con frecuencia.
Exteriormente no se hace gran mal, pero no cae en la cuenta que su vida es un completo desorden. Una vida completamente natural.
La tercera nota que pone S. Benito es que se vuelve a tener el espíritu del mundo. Seguir la naturaleza, es seguir la triple concupiscencia del orgullo, de los ojos y de la carne. Es hacer lo que hace el mundo alejado de Cristo.
En principio, el monje rechaza una conducta tan contraria al evangelio, se cae por debilidad o por cobardía. Pero poco a poco las múltiples infidelidades acallan la voz de la conciencia, cesa el reprenderse la condescendencia con la naturaleza corrompida y muy pronto lo encuentra perdonable, y luego hasta legítimo. La perversión de la voluntad, conduce a la de la inteligencia.
Y he aquí que llega u día, que este monje consagrado por los votos de pobreza, castidad y obediencia, sólo estima y busca los honores, las riquezas y los placeres.
Imbuido por las máximas del mundo aprecia o condena lo que aprecia o condena el mundo. Ha adjurado de las virtudes monásticas y de monje no le queda más que el hábito. ¿Se trata de un caso quimérico? Se dan casos, y lo que sucede a uno, puede suceder a otro, si no está en guardia. Y como es mejor que prevenir que curar, pongamos los medios para evitar esta desgracia, con la fidelidad a la divina voluntad, combatiendo las malas inclinaciones y conservando un santo horror a las máximas y sentenciad del mundo.
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