46 .Cuatro clases de monjes.
– Como todos sabemos, existen cuatro clases de monjes. El primero es el de los cenobitas, esto es los que viven en un monasterio y sirven bajo una regla y un abad. (1,2)
Quiero señalar en primer lugar que no es muy correcto y conforme al pensamiento de S. Benito, traducir el militans, que conlleva un pensamiento de lucha, de combate, por el de servir, que puede ser en un ambiente apacible, agradable.
El cenobita es un monje que combate en un monasterio. Recientemente comentamos la etimología de la palabra monje, y lo que tras ella, la tradición cristiana, ha visto como propio de los que llevamos este nombre. Motivo como decía, de estímulo y de reflexión.
El monje tiene que combatir, para separarse del mundo, de sus criterios, separarse de sí mismo para morir el hombre viejo, para unirse a Dios. Es necesario vencer obstáculos, vencer enemigos. Cuanto más queremos unirnos a Dios, más deberemos de luchar. El combate es la gran ocupación de la vida de todo cristiano, cuanto más del monje, pues es más combatido por el mal. Así lo enseña S. Benito desde el inicio de la Regla.
El monje no es un perezoso, que para evitar los trabajos y los cuidados temporales, se convierte en una carga para la comunidad, y un parásito para la humanidad. Ni un corazón soñador, que se establece en el claustro para deleitar su inteligencia o su imaginación en lecturas piadosas, no es un egoísta sin más ideal que llevar una vida tranquila y evitar todo lo que pudiera turbar su tranquilidad. Es esencialmente un luchador.
Para luchar con más eficacia, se ha alistado en el ejército del Señor, obedeciendo a una voz que le llamaba al seguimiento de Cristo, militando en este modo de vivir propio de los monjes. Cuanto más luche, podremos decir, será más monje.
Estos párrafos de la RB nos pueden dar ocasión a reflexionar sobre nuestra vocación de monjes, y ver si con el tiempo hemos dejado entrar en nuestro corazón, quizás incluso insensiblemente, algún sentimiento de egoísmo, de pereza o ilusiones de la imaginación Hay personas que tienen tal imaginación, que aquello que se imaginan, lo creen como realidad.
El monasterio, la comunidad, la Regla, el superior señala S. Benito como otros tantos fuertes donde defenderse en el combate. Por esto llama al final de este capítulo, a los cenobitas: “fortísimo genero de los cenobitas”.
El Monasterio, donde el cenobita se fija hasta la muerte, es un baluarte inexpugnable contra los ataques del mundo. La comunidad le proporciona los auxilios y los ejemplos de los hermanos. ¿Dónde no hay cosas buenas? Seamos abejas tomando lo mejor de las flores, no abejorros. La Regla nos prepara al combate con un reglamento austero y disciplinado y lleno de amor.
En cuanto al Superior, el documento de la “visión de la Orden”, lo ve de l modo siguiente. Ha de ser una persona que está en el centro de la comunidad, alguien como un vidente percibe la verdadera situación comunitaria y anima a los hermanos en el proceso de reconocer el don divino en ellos, aceptándolo responsablemente, discerniendo y poniendo en práctica las medidas apropiadas Tiene suficiente confianza en los hermanos para atreverse a nombrar las cosas por su nombre e invitarles a la continua conversión. Es indispensable que profundice y desarrolla sus capacidades espirituales y humanas, pues de algún modo misterioso, la comunidad llega a asumir sus rasgos. Con todo es responsabilidad de la comunidad por su fe, de formar y apoyar al superior.
Como conclusión de estas reflexiones, entre muchas que se nos pueden ofrecer, una de ellas puede ser dar gracias a Dios por la vocación y valorar nuestra correspondencia a don tan inmenso que con su llamamiento, nos ha concedido el Señor.
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